Es un verano raro, pero es un verano, así que dejémonos de tonterías. Parecemos niños malcriados echando de menos lo que no podemos tener, e incluso protestando por cosas de las que no hemos disfrutado nunca cuando las teníamos a mano. He escuchado cómo se quejaban de no poder ir al gimnasio personas que no lo habían pisado nunca, o suspirar por no dedicarse a la operación bikini cuando este año, justo este año, la lorza puede campar a sus anchas ante las restricciones de piscinas, playas y ríos. Vale que no hay verbenas, ni barras metálicas con la marca de cerveza bien visible y el grifo veterano de mil fiestas populares. Vale que no vamos a ser atronados cuando zarpe el amor o si ella te quiere, al ritmo de Camela o Bisbal, abducidos por la niebla artificial que suele acompañar a los grupos musicales de nombre inverosímil. No viajaremos al extranjero ni desayunaremos en Roma y comeremos en París, todo en el mismo día, con parada para foto y poco más. No comeremos paellas grumosas en chiringuitos atestados, ni sortearemos toallas para divisar el mar, esa mancha gris más allá del océano de sombrillas. Las neveras azules con triple fondo y escalera hacia un sótano incorporado donde nuestras madres guardaban provisiones para la tercera guerra mundial se quedarán en casa, y Georgie Dan no nos recibirá en el todo incluido donde la gente suele comer como si no hubiera un mañana. No tendremos nada de eso, no, lo que no deja de ser un alivio.

Tampoco tendremos el envés: los viajes maravillosos que hemos deseado todo el año, las reuniones familiares alrededor de las tortillas, los hoteles sin música atronadora, las fiestas donde se reencuentra todo el mundo, y los filetes empanados. Es un agosto raro, sí, camino de un otoño que no parece que vaya a mejorar nuestra percepción de las cosas. Por si acaso, encojamos barriga, respiremos hondo y dejemos atrás las protestas. Pensemos en lo que ha pasado, en lo que puede pasar, en todos aquellos que se han quedado en el camino. Pensemos en los que tienen motivos para la tristeza, en los que están cansados y en los que anticipan un cansancio que puede que venga ya por el horizonte.

Es un verano raro, sí, pero un verano. No podemos permitirnos el lujo de desperdiciarlo.