La preservación del medioambiente es un objetivo planetario y no de escala local. En esta evidencia se apoyó hace 6 años el presidente de Ecuador, Rafael Correa , para ofrecer el compromiso de no explotar las grandes reservas de petróleo existentes en el parque nacional de Yasuní, en la Amazonia, si el mundo pagaba a Ecuador 3.500 millones de dólares. Pero como solo ha recaudado 13, se siente legitimado para empezar a sacar crudo de un lugar declarado reserva de la biosfera por la Unesco. "No me gusta el petróleo, pero mucho menos la pobreza", ha indicado para explicar un giro estratégico en el que el aroma de un cierto populismo se superpone al discurso ecologista que ha impregnado la gestión de Correa, un dirigente que, por otra, es innegable que ha modernizado notablemente Ecuador. El problema es que también la población ha asumido muy mayoritariamente el programa verde y ahora es reacia a que se profane Yasuní pese a que se le asegure que eso irá en su propio beneficio material. Pero aun con estos vaivenes y contradicciones, Correa ha puesto el dedo en la llaga del escaso compromiso real de la mayor parte de países para sumar esfuerzos contra el cambio climático. La prioridad de afrontar la crisis relega la lucha contra un problema cuyos efectos durarán mucho más que la recesión de la economía.