Vergeles es el médico que aseguraba que las mascarillas no eran necesarias. Un médico más cercano a Miguel Bosé que a su madre. Lucía, se entiende. Vergeles es el que era y el que le mandan que sea. Eso es evidente a la vista de cómo gira la veleta. A veces sí, a veces no.

Vergeles ya demostró antes de la pandemia que no. Que no valía. Enseñó la patita cuando dijo aquello de «las listas de espera ofrecen un período de reflexión»; expresión perversa de un fin aún más perverso: que los enfermos, desesperados, se fueran a la privada. Al menos, los que tuvieran bolsillo. De los otros, de los menguados de bolsillo, nada habló.

Vergeles es el que cierra los bares. Y los restaurantes. El que asumiendo funciones que no son suyas, haciendo quizá de portavoz -por cierto, ¿dónde está la portavoz?- les canta a los desterrados hijos de Eva la milonga del ya veremos, a ver si nos reunimos, contad con nosotros y que os den. Ese es Vergeles. Si en la asignatura de mascarillas sanitarias suspende de largo, en la de contagios en bares no saca mejor nota. ¿En qué datos se funda para cerrar los bares y dejar a miles de extremeños al borde del precipicio? ¿Por qué deben cerrar los bares y no los colegios? «Hay menos contagios con las clases presenciales», otra de sus perlas. ¡Leña al mono que es de goma!

Vergeles no se sabe si va o si viene. Los políticos, en general, han querido dejarse ver durante la pandemia aún a costa de meter la pata. Vergeles el primero. Su único criterio es la falta de criterio. Ahora cierro el comercio, ahora lo abro. ¿Emprender en Extremadura? Mejor salir huyendo (salvo que lo tuyo sea una mina de litio). A los comerciantes les ha atropellado el tren de la junta. Una espiral diarreica de medidas contradictorias. Gobernar es ponderar intereses y aquí el único interés superior al que Vergeles ha servido es al suyo propio como político (evidentemente no al suyo como médico, porque ese ha dejado que cotice a la baja hasta el punto de que su mismo Colegio de Médicos ha desaprobado su actuación).

Vergeles, además, lo ha hecho todo en ausencia de buen tono. Le ha faltado humildad y le ha sobrado soberbia. Se ha enfrentado a todos, al menos a todos los que no viven de la mendicidad política. A los enfermeros, a los que acusó de derrochar el material y contagiarse en la calle. A los médicos, a los que amenazó con aquello de «tened cuidado que se puede pasar de héroes a villanos en un segundo», palmadita incluida; y eso que perro no come perro. Y hasta a los periodistas libres y reos del delito de preguntar en libertad.

Ese es Vergeles. Ese que «pone un circo y se le abrasa la ambulancia», y cito a Joaquín Rodríguez Lara. Ese «líder del pensamiento caótico» y cito a Alfredo Liñán que siempre es grato citar a hombres libres.

Vergeles debería dimitir. Por decoro. Que pidan su dimisión el PP y Vox entra dentro de lo normal. Que la pida Podemos obliga a reflexionar. Pero que lo hagan los médicos, que el Sindicato Médico de Extremadura pida su dimisión, es el «rien ne va plus». No, la culpa no es de los muertos, la culpa es suya, señor Vergeles.

Ese es Vergeles. El que pide a las costureras que dejen de coser mascarillas porque no son necesarias. El que en Navidades descarta el cierre perimetral de la región porque Extremadura no tiene fronteras. El que cambia de tapadillo el protocolo de vacunaciones porque hay que encubrir a sus caraduras. El que niega en sede parlamentaria la lista de los listos. Ese es Vergeles. Es consejero de Sanidad de Extremadura y sigue, a día de hoy, sin dimitir.

*Abogado