Soy usuario del transporte público. Me desplazo a diario entre Mérida y Badajoz para acudir a mi trabajo. Cada día siento vergüenza al subir al autobús de la empresa Leda que me lleva a mi destino. Vergüenza no sólo por el lamentable estado de sus vehículos, sino también por la actitud de sus responsables. Los autobuses son más dignos de un museo del transporte que de circular por las carreteras en este siglo. Asientos que no se reclinan, ruidos de los motores que apenas permiten hablar o escuchar música, amortiguadores que nos hacen saltar a cada bache, cinturones de seguridad que no funcionan (cuando existen) y la calefacción parece un artículo de lujo. Este año hemos pasado quince días desplazándonos en el vehículo que sale de Mérida a las 6:45 horas sufriendo todo el rigor del frío que hace a esas horas de la mañana. Eso sí, nos lo compensan en el viaje de las 15:00 horas poniendo la temperatura a más de 30 grados. Lo último ha sido trasladarnos en una furgoneta de apenas 12 plazas, de dudoso cumplimiento de las normas para transporte de viajeros, dejando a pasajeros en tierra al ocuparse todos los asientos. Furgoneta en la que si mides más de 1,70 no te caben las piernas y no apta para viajeros de más de cincuenta centímetros de ancho. Vergüenza de que una empresa extremeña, trate con ese desprecio a los usuarios. Y vergüenza de sus responsables, a los que seguimos sin escuchar después de las múltiples quejas que hemos puesto; ni se dignan a respondernos. Menos mal que sus trabajadores intentan hacernos lo menos incómodo posible el viaje. Se trata de una empresa extremeña concesionaria de un servicio público, por lo que no tenemos opción de elegir con quien viajamos. Quien le otorgó la concesión debería exigir el cumplimiento de ese servicio público con una mínima dignidad para los usuarios.