El miércoles 23 de julio asistí a la sesión inaugural de la obra Miles Gloriosus en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, al que llevo acudiendo hace ya algunos años. Como siempre una jornada de ensueño por el entorno, la ambientación, la evocación, la música, en fin, todo a favor para pasar una magnífica velada. La obra en cartel, desde mi ignorancia teatral, en algunos momentos, tediosa, sobre todo en la primera parte, pero salvada por las tablas del elenco de actores capitaneados por José Sancho y Pepe Villuela resulta entretenida llegando a ser agradable aunque sin mayores pretensiones. La organización, también como siempre, perfecta en su conjunto, a excepción hecha de unos problemillas al ir a recoger las entradas reservadas por culpa, al parecer, de causas totalmente externas. Bien hasta ahí todo digno de encomio y alabanzas.

Pero, por la puerta que da a la calle que lleva a la plaza de toros, comienzan a llegar los gerifaltes de la Junta acompañados de esposas/os, amigos y otros acólitos para sentarse en primera fila. Y aquí comienzan mis dudas. ¿Habrán abonado, como se supone todos los demás asistentes, el importe de las entradas? ¿Por qué tengo la sensación de que no es así? En el caso de que yo tenga razón y hayan entrado por la cara, como mucho me temo, ¿es que con el sueldazo que ganan tanto ellos como sus esposas/os, no pueden abonar los 30 euritos que vale la fiesta? ¿Es que no deberían ponerse en la cola, como todo hijo de vecino, y sacar las entradas con el dinero en la mano para que todo el mundo lo viere y evitar así comentarios como el presente y servir, además, de motivo ejemplarizante para el resto de los ciudadanos?

Termina la sesión, y el espectáculo continúa, en la citada puerta los coches oficiales, Audis negros, rodeados de policías municipales, que previamente le han hecho un hueco para que los señores no tengan que andar mucho, policías nacionales también, guardas jurados del recinto teatral, chóferes, etcétera, y algún que otro curioso con ganas de alcahuetear un poco pese a la hora no propia de ello. Dios mío, qué me recuerda a algunos pasajes de la obra que acabamos de presenciar, donde la adulación y el baboseo eran premisas en las que se apoyaban gran parte del argumento.

Si estoy equivocado que Dios me lo demande, pero si, como creo, tengo toda la razón del mundo, don Guillermo Fernández Vara tiene mucho trabajo por delante para hacer cambiar la mentalidad de sus subordinados, haciéndoles ver que no son dueños de nada, sino servidores públicos al servicio de la ciudadanía que los ha elegido y que, además, y esto es lo más importante, pertenecen a un partido político que siempre ha preconizado la honradez, la dignidad política, la limpieza y la transparencia, y que, por encima de todo y de todos han de tener muy presente aquello que conocemos por vergüenza política.

Manuel Moreno Lobato **

Valencia de Alcántara