Visita mi centro un amable representante sindical y le pregunto por mi próxima jubilación. Me aconseja sabiamente y luego, en conversación más relajada, me anuncia lo obvio: que las cosas van a cambiar, que todo está en sordina por la actual situación de interinidad política y que es un problema grande. -Fíjate, la manifestación enorme por las pensiones del otro día en Madrid. Claro que pasó totalmente desapercibida, porque como solo se habla de Cataluña… y sonríe. Yo asiento, porque no me queda sino asentir. Y, pese a ese dolor próximo al trauma que arrastro por esa Barcelona doliente, me obligo a recordar que la carga que sufrimos no es solo esa. Y en un arco extenso de lo menos grave a lo espantoso, se me antoja pesada de llevar. Pues abarca mucho más que la prácticamente única reducción televisiva al problema catalán, que estando más cerca de lo segundo que de lo primero, no es el único frente en el que luchamos.

Porque, por ejemplo, desde hace casi un mes, en un humilde instituto de este humilde rincón español que es Extremadura, falta una profesora de Lengua en el Instituto y, como en tiempos lejanos de recortes, falta de previsión, desorden administrativo, precariedad económica e ineficacia incomprensible que creíamos superados para siempre, todavía no tiene sustituto. Por ejemplo, el rechazo de Bruselas a los números de la economía española que augura futuras y próximas subidas de impuestos sin más remedio. Por ejemplo, jubilados que se dirigen a Madrid en marchas mucho más largas que las protagonizadas y dirigidas por los indignados de la sentencia, con pensiones miserables que corren el riesgo de ser más miserable en el futuro. Y, por ejemplo, esas tres mujeres muertas en dos días que solo merecen una escueta mención en los periódicos y unas aún más escuetas concentraciones de repudio, plagados como están las primeras páginas de los disturbios barceloneses y de los ¡Quins collons! de Torra. Muertas inocentes condenadas ya sin indulto posible y contra cuyas penas no se organizan tsunamis ni democráticos ni salvajes. ¡Qué vergüenza!.

* Profesora