Las cifras de la catástrofe ecológica del golfo de México evolucionan a un ritmo trepidante, a la misma velocidad y con idéntica intensidad que las del vertido de crudo de la plataforma Deepwater Horizon, incendiada y hundida hace dos semanas. El flujo de la marea negra se acerca peligrosamente a las costas de Luisiana, Misisipí, Alabama y Florida, y todo anuncia una tragedia de proporciones desconocidas que afectará no solo a un ecosistema muy rico, sino a una población que probablemente verá cómo se reducen a la nada buena parte de sus recursos, los relacionados con el turismo y la pesca.

Los tres objetivos básicos que, hoy por hoy, quedan establecidos son el urgente control del vertido, la protección de la costa y la limpieza de la zona implicada. Los tres, muy difíciles de conseguir por la dificultad que supone trabajar en el sellado de las fugas a tanta profundidad y por las complicadas condiciones meteorológicas. Lo urgente, por supuesto, es intentar minimizar los costos ambientales y económicos, pero en paralelo habrá consecuencias de todo tipo, empezando por las dudas sobre perforaciones marinas de tan alto riesgo, minimizadas por la petrolera BP (en el centro de la polémica) y consentidas por la Administración de Obama, que ha dado marcha atrás, por el momento, a las nuevas autorizaci0nes en el Pacífico y Alaska.