Uno no se vacuna si dos no quieren. El desprecio al protocolo de vacunación no es solo de los que se han vacunado por prescripción política: también de los que tenían acceso a esas vacunas y de los que estaban presentes en cada una de esas vacunaciones. ¿O acaso es tan simple como coger una dosis e inyectársela? Si contra el aborto cabe objetar la conciencia, contra esos pinchazos cabe objetar la conciencia, la ética y hasta la ley, por no hablar de esa puerta que permite salir siempre de donde se está. La razón de los que se han vacunado solo puede ser el miedo, pero cuáles son las de quienes pincharon, las de quienes lo autorizaron, las de quienes llevaban el registro y las de quienes solo estaban allí y vieron cómo se vacunaban (la ocasión era de público). Si nada ha ocurrido después entre ellos y los vacunados, es decir, si siguen considerándolos igual que antes, entonces está todo dicho, salvo que algún conocido quiera hacerles ver algo. Lo que no está dicho es lo que piensan de ellos los vacunados: qué gilipollas.

Pero uno tampoco se vacuna si solo puede vacunarse él. ¿Qué va a hacer sin los suyos, hijos, padres, mujer, marido, nietos? Por ejemplo, ese matrimonio de alcaldes de Valencia: si había excedentes y podían apurarse los culines de los viales de los dos municipios, ¿por qué iban a dejar sin vacunar a sus familias? Demasiados excedentes, sí. De hecho, Pfizer agradece, o debería, que se haya encontrado un remedio a ese fallo de producción, pues es sabido que los vacunados, en realidad, han aprovechado lo que iría a la basura, sin preguntarse (¿preguntarse?) por qué ese sobrante que a ellos les inmuniza no podría inmunizar igual a otros. En fin. Si se trata de salvar también a los prójimos y los próximos, cabe esperar que al menos los consejeros de Ceuta y de Murcia se hayan comportado según el cargo. Nada de sobrantes. Siendo médicos, solo tenían que hacerse con los viales necesarios y vacunar en casa, familia y allegados, y presentar al día siguiente los nombres de los vacunados.

Raro sería alguien que no adoleciera del miedo que les ha hecho perder la decencia a los vacunados y rechazara el pinchacito por entender que no se trata de despreciar el calendario de vacunación sino de despreciar a los demás. Todavía quedan asquerositos así entre el vecindario, las amistades o los compañeros de trabajo, capaces de cualquier cosa, desde negar el saludo hasta no encontrar ya un rato para un café. Pero son raros. El respeto es para el listo, especie española. Y tan listo es el que factura sin IVA como el que no guarda la vez.