Décadas atrás, cuando se construía la autovía Madrid-Badajoz, que los portugueses continuaron a Lisboa pero como autopista de pago, nadie se planteaba oponerse a ella porque por su asfalto pudieran circular automóviles de lujo o simplemente fuera del alcance de la clase media, o una compañía de transporte en autobús pudiera unir ciudades por medio de esa carretera haciéndolo con vehículos de altas prestaciones y precios disparatados.

Se entendía que era lo que era, una buena carretera, donde se podría circular con más seguridad y rapidez, y por la que podrían ir y venir, como realmente ocurre, tanto el Porsche o Ferrari de un millonario caprichoso, como el ‘cuatro latas’ del paisano de turno que va a visitar a los familiares de otro pueblo, o se acerca a la ciudad a comprar.

Algo confuso sin embargo sucede ahora en torno a la construcción de una línea ferroviaria de alta calidad entre Madrid y Badajoz, una línea que como la autovía -qué habría sido de Extremadura sin ella- nos comunique con la inevitable gran ciudad de servicios, la capital española, a la que acudir por trabajo, estudios, compras, comunicaciones internacionales por avión, médicos, o por el simple placer de plantarse en la puerta del Sol y disfrutar de las posibilidades de esa urbe internacional.

Muchos siguen confundiendo la autovía con el Ferrari o el autobús de gran lujo internacional; y en este caso asocian una línea ferroviaria moderna que permita mayores velocidades, competitivas y superiores a las del automóvil, con uno de los hipotéticos servicios que podrían discurrir por ella como es la línea de negocios de Renfe que es la alta velocidad española (AVE). Por simplificar, y o por el efecto de emulación con la mítica línea Madrid-Sevilla o la reciente Madrid-Barcelona, hemos ido al reduccionismo de hablar de AVE de forma impropia.

A ellos se aferran algunos, equivocada o intencionadamente, bajo el mantra de ‘no queremos AVE’, en una actitud que de prosperar llevaría a privarnos a todos de lo que podemos llamar la ‘autovía ferroviaria’. Empecemos a hablar con más propiedad de una línea de alta velocidad (LAV) más que de AVE, una línea que sí, yo la quiero si del fin último que se trata, y creo es el que es, de unir las dos capitales ibéricas, Madrid y Lisboa, y de paso situarnos en un mapa nacional en el que solo figuramos cuando en la tele hablan del tiempo y es porque somos una región muy grande.

Pero a los del parche habría que añadirles que no está claro para nada que haya esa LAV Madrid-Lisboa, empezando porque los portugueses se han inclinado al parecer por una infraestructura algo más ajustada que las ambiciosas líneas españolas de Madrid a Barcelona o Sevilla. Es más probable que algún día, espero, lleguemos a disfrutar de lo que técnicamente antes se llamaba ‘velocidad alta’, con puntas de 220 km/h frente a los más de 300 que circula el modelo comercial AVE en unos pocos y contados tramos españoles.

Una de las coletillas de los que confunden vía y trenes es que el modelo comercial AVE es caro. Existe una cosa más interesante que es el concepto calidad-precio, que en este caso además del confort y las prestaciones del convoy tiene que ver con los tiempos de trayecto, y lo que significan, económicamente, dentro del plan de viajero.

¿Sería más caro pagar 60-70 euros, digamos, por un tren Badajoz-Madrid que tarda menos de tres horas, con lo cual se puede ir y venir en el día a la capital española y poder cumplir con el trabajo, las compras, o el motivo que sea, que pagar como ahora 41 euros por un trayecto de cinco horas y media, con suerte, que machaca a cualquiera, e impide ir, hacer lo que sea, y volver en el día, con lo cual hay que pagar un hotel, y perder en total día y medio en la excursión?

Eso sin decir a qué precio muchos clientes de AVE contratan la ‘mesa de cuatro’: 30 euros Madrid-Sevilla (dos horas y media de viaje), 29 Madrid-Valencia o 43 Madrid-Barcelona (600 kilómetros). Dejémonos de mantras y desinformaciones, porque lo que sí es realmente caro es lo que tenemos ahora: trenes anacrónicamente lentos, incómodos y sin servicios (a ver si se puede conectar usted a internet más de tres minutos seguidos), y por tanto muy, muy caros. Ese sí que es un lujo que la región con la menor renta española no se puede permitir, pero está pagando.