TSterás hoy más que nunca metamorfosis en tierra, esa tierra que incontables veces he visto tan tuya, tan hendida en ti, que se me antojaba tu ser mismo; hoy serás cincel en el mármol, y allí, en tu suelo y en tu patria, escucharás por última vez el acostumbrado sonido del desgajarse el frío mármol sobre tus oídos. Sé que reposarás en paz, en esa vetusta Mérida, donde los tuyos vivieron desde antaño, cosidos sin interrupciones a su historia desde el siglo XVI, donde otros escultores anónimos te incitaron para ser continuidad en ese don de esculpir que albergabas desde niño, modelando ya en la infancia, con asombrosa destreza, personajes togados o aedos con lira, en aquel patio empedrado de la casa paterna sobre el que despuntaban mosaicos, y en el que tu madre, Pura , observaba los juegos tan distintos de sus cinco hijos: Petra, Francisco, Luís, Pura , y tú, Juan ; donde tu padre, Juan de Avalos como tú, os recitaba versos -cuando sus ojos se cegaron para siempre- os tocaba la flauta o entonaba villancicos con el morteruelo en la nochebuena. De él, apasionado por la arqueología, surgió ese reclamo de un mármol que puede ser vida en el incendio del artista que lo piensa y ama.

Has sido el último de tus hermanos en emprender el viaje, en una ida que a todos os resultaba más grata viviéndola en la esperanza, la de poder ser de nuevo abrazo entre vuestros padres. Y con ellos duermes desde hoy, como fuese tu deseo, en Mérida. Sit tibi terra levis .

Quienes hemos gozado del privilegio de tus manos tallando una pequeña pieza de marfil o dibujando sin esfuerzo los bocetos de un magno monumento, sin ayudantes, solo siempre, en andamios o ante el barro, entregado a la verdad de sólo firmar lo que es de uno por completo, sabemos de la talla de un artista entero, que hasta el último día anduvo entregado a su pasión de ser en la piedra, en el mármol, en la madera, en todo lo que la naturaleza te regalaba para continuar su camino en más belleza, sin que el brazo, castigado por los años del buen y duro hacer del picapedrero -como tú te apodabas- ganase la batalla a tu corazón en la pugna por su ansiado descanso.

Recuerdo cómo un día, tendido en el suelo de tu estudio, cercano a Chamartín, llorabas, melómano sin cura, escuchando la Sinfonía Patética de Tchaikovsky , mientras imaginabas acaso, la mirada perdida en los andamios, un rostro que aún era piedra para los demás. Recuerdo también cómo, tras finalizar aquel movimiento, me miraste diciéndome que querías ser acompañado por esas notas en tu último viaje. Hoy suena para ti incansable, en mi despacho, en Almendralejo, a modo de homenaje, y mi vista se posa, entre tanto, intermitente, sobre una fotografía añeja, en la que estás tú con tres niñas, mis hermanas y yo, en Madrid, donde fuiste durante años generosidad sin límites. Gracias, tío Juan.

*Directora general del Cultural Santa Ana y sobrina de Juan de Avalos