El siglo dieciocho ya pasó, creo que es algo que todos tenemos claro, pero en Extremadura todavía nos quedan algunos vestigios de la época de Sagasta. No son otra cosa que esas vías de madera que conforman la precaria red ferroviaria por las que últimamente se nos conoce. Por supuesto, nuestra red se ha incluido en programas políticos desde los tiempos de Aznar, hasta Zapatero pasando por Rajoy, lógicamente todas son promesas políticas, es decir, de las que no se cumplen. Y por descontado no me refiero a un tren de alta velocidad, ya que de este solo nos queda admirar la gran obra de ingeniería sobre el tajo. Incumplir todas estas promesas nos supone una gran limitación, a menudo laboral, ya que nos desconecta por completo de la capital. Nuestro tren al que se le apoda como el tren de la vergüenza, más bien, debería llamarse el tren de los sinvergüenzas.