Profesor

Mi amiga Milagros tiene a sus hijos estudiando en Madrid. Como todas las madres, Milagros no romperá nunca el cordón umbilical. Telefónica contribuye a mantener la conexión mediante planes pretendidamente económicos que permiten saber cada día el clima de la capital y si el nene tiene la voz tomada. Pero no es suficiente, pues de la misma manera que el ojo del amo engorda el caballo, el ojo de la madre ordena la habitación del muchacho, lava y plancha las camisas que no se planchan desde hace un mes, ordena el armario, previene una gripe y, si vive en un piso, saca la basura, que ya huele mucho. Total, que va con mucha frecuencia a Madrid y entre viaje y viaje materno siempre hay un fin de semana en el que vienen sus hijos. A por provisiones, mayormente, y a ver a la camarilla de amigos.

En el primer viaje Renfe la cogió a traición. Ella, que es letrada, leyó los distintos apartados de que consta un billete de tren y quedó enterada del número de asiento, del número de coche, del precio y hasta de la hora de salida y de llegada. Se presentó en la estación con unos minutos de antelación para no andar con prisas y lo primero que hizo fue acercarse a la televisión informativa. Hasta en esa televisión hay telebasura. En la primera línea del texto aparecía el número de su tren y oscilaba una palabreja: RETRASO, acompañada de un número: diez minutos. En fin, no es mucho, pensó. Y se fue a comprar el Hola. Pasados cinco minutos volvió a mirar la pantalla, ella es muy crédula y cree en milagros, pues pensó que quizás el tren había recuperado tiempo. En efecto, la leyenda había cambiado. Retraso de veinte minutos. Se fue a tomar un café. Quince minutos más tarde volvió al vestíbulo de entrada y miró con pánico el televisor. Cogió complejo de gafe, pues pensaba que era su mirada quien provocaba los retrasos, de manera que no volvió a mirar. Y acertó, pues al cabo de cuarenta minutos, quizás algo más pero tampoco hay que ser tan quisquillosos, comenzó su viaje.

De Cáceres a Madrid no hay muchos puertos que digamos y parece que un tren en medianas condiciones puede recuperar tiempo si la vía y su potencia se lo permiten. Bueno, pues a estos trenes no se lo permiten ni las vías ni la potencia ni la calidad ni las zarandajas. Porque en el camino acumuló un retraso temporal considerable, de manera que cuando Milagros vio por fin a sus retoños en la estación de Atocha habían pasado más de cinco horas. Eso sí, los encontró más creciditos que si hubiera llegado antes y no habían hecho la mili porque eso ya no se lleva.

A partir de ese día Milagros tomó medidas para no sufrir la tomadura de pelo de que hace gala Renfe con los cacereños. Aprovechando que una conocida firma de bebidas regala un patinete coleccionando chapas de sus botellas, recogió todas las que pudo en los Majetes, en Navaconcejo, y se hizo con cuatro vehículos. Desde ese día su familia tarda mucho menos en llegar a Madrid y se lo pasan mucho mejor. Y Gerardo baja la barriga.