Amo las ciudades que conozco andando, recorriendo barrios, escapando de las rutas turísticas que, dicho sea de paso, son muy agradecidas cuando se trata de darse un respiro admirando algún paisaje desde un parque o haciendo cola para entrar en un museo. El placer del viajero no es comparable a nada, quizá, eso sí, solo al de la gastronomía del país que se visita.

Cada cual tiene una forma de disfrutar de una escapada a esos otros lugares donde se vive, se respira de otra forma... pero la mía es gastar suela con el objetivo de caer rendido tras un día de un lado para otro.

Reviví estas sensaciones que me confirman que el mundo vive más allá de nuestras narices hace unos días en una capital europea como Lisboa.

A tiro de piedra de Extremadura, Portugal, ese país limítrofe con nuestra comunidad autónoma del que tanto tenemos que aprender en educación y humildad, a pesar de que la crisis también les haya golpeado fuerte.

Tomando unas copas por el Chiado, ese barrio populoso y tan turístico del centro, mi amigo luso Jorge me contó que sigue recordando los buenos años que vivió en Cáceres, hasta volver a Lisboa donde ejerce como fotógrafo especializado en instantáneas de botellas de vino. Nuestras vidas coincidieron en los tiempos en los que hacía trabajos con la cámara para cofradías y se afanaba en integrarse en una ciudad en la que sabía que estaba de paso. Me enseñó en esa conversación que da igual adónde vayas. Siempre merece la pena viajar si eres bien recibido.

Y Jorge, después de tantos años, hizo que me sintiera aún mejor en la capital del fado, los cafés y las pastelerías por todas partes. Les recomiendo una visita si no han ido a Lisboa. Se darán cuenta de que atrapa. Como todo lo que deseamos conocer alguna vez en la vida.