Extremadura y Asturias son dos regiones hermanas, unidas por un pasado común en el Reino de León, y con una situación demográfica actual muy parecida, ambas con un millón de habitantes y graves problemas de envejecimiento y despoblamiento rural. Pero son dos hermanas que mantienen poco contacto entre sí, más aún desde que nos quitaron el tren Ruta de la Plata, que vertebraba el oeste de España, de Sevilla a Gijón. Lo sabe bien José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, 1950), poeta y crítico extremeño que de joven emigró a Asturias (primero Avilés, luego Oviedo), donde desde hace tres décadas es referencia del mundillo literario asturiano, en la universidad, en las tertulias que promueve y con su revista bimensual Clarín desde 1996.

Es Asturias una región donde se edita mucho y bien, aunque aquí apenas llegan libros de editoriales como KRK, Trea o Impronta. En esta última ha publicado García Martín su libro Ciudades de autor, donde el autor combina sus dos mayores pasiones, la literatura y los viajes, recorriendo ciudades tras los pasos de escritores predilectos: Burdeos, donde se crió François Mauriac y se exilio Fernández de Moratín; Turín, la ciudad donde tras haber sido felices, Nietzsche perdió la razón y Cesare Pavese se suicidó (inolvidables, para cualquiera que haya leído su diario El oficio de vivir, las últimas palabras que dejó: «Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más»); la Lisboa de la recién proclamada República portuguesa que visitaron Ramón Gómez de la Serna y su compañera Colombine; Oporto con Eugénio de Andrade y Florbela Espanca; Palermo que albergó al aristócrata Lampedusa y al marxista Leonardo Sciascia, la Praga donde se exilió la atormentada poeta rusa Marina Tsvietáieva y donde la española Clara Janés quedó prendada del poeta checo Vladimir Holan, o Nueva York, donde el periodista de éxito Julio Camba se quedó en la superficie, traspasada por la visión del poeta Juan Ramón Jiménez, en su Diario de un poeta recién casado. Como dice García Martín, «el escritor con fama de melifluo nada tiene que envidiar a Camba en el uso de la ironía», y es que Juan Ramón y, quince años después, García Lorca, han sabido diseccionar como nadie las luces y sombras de la gran ciudad.

El libro tiene una segunda parte que narra historias en habitaciones de hotel, desde Venecia a Ginebra, pasando por Biarritz o Coimbra. También pernocta García Martín en el Hotel El Jardín del Convento, de Hervás, lo que le sirve para ironizar sobre las rivalidades locales y la explotación comercial del pasado: «Cuando yo era niño y vivía en Aldeanueva del Camino, el peor insulto que podía hacerse a alguien de Hervás era llamarle judío. Ahora hay estrellas de David por todas las esquinas y la herencia judía -real o inventada- se ha convertido en su principal atractivo turístico». Confiesa que «Aldeanueva es para mí uno de esos parientes a los que queremos mucho, pero a los que no soportamos» y prefiere Hervás, a riesgo de que le declaren persona non grata en su pueblo natal. En ese hotel departe con un amigo sobre Severiano Masides, alcalde de Aldeanueva tras la Revolución de 1868, y que terminó apoyando a Primo de Rivera y siendo el más rico del pueblo, como cuenta en su libro La estela de un campesino, libro cuya edición preparó García Martín, hace quince años, para la Editora Regional.