Decenas, cientos, miles. Nadie lo sabe con certeza. Hoy que todo se cuantifica y se somete a estadística, nadie conoce el número de inocentes que pierden la vida cada año cruzando desiertos y fronteras, saltando vallas y muros, o haciendo travesías imposibles a bordo de precarios cayucos.

Hablo de los desheredados, de los olvidados, de los ignorados; de los que no tienen derechos; de los que no pudieron elegir; de los que tienen menos valor que un animal de compañía en el mundo rico; de los que se enfrentan a los elementos y casi siempre pierden; de los que intentan alcanzar la otra orilla; de los que intentan llegar a la tierra prometida.

Ellos son las víctimas de la desigualdad y de la injusticia; son los que mueren en silencio, sin ruido mediático; son los muertos anónimos que no preocupan a casi nadie; son esos cadáveres que, a veces, caen en las redes de los pescadores y son devueltos al mar como un zapato viejo; son esa pobre gente del tercer mundo, esos ilegales y molestos inmigrantes; son, en fin, las víctimas de la indiferencia.

Pedro Serrano Martínez **

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