Abogada

El primer congreso de víctimas del terrorismo celebrado en nuestro país esta semana ha servido, entre otras cuestiones, para rendir tributo a numerosas personas que han sido presa cruel de distintas organizaciones criminales. Extremadura, como el resto de regiones, ha sufrido en carne propia la barbarie terrorista. Nombres como Avelino Palma, Alfonso Morcillo, Reyes Corchado, Domingo Javier, José María González, Francisco López, y Manuel López son parte de este aterrador tributo a los designios de un grupo criminal, que sigue pretendiendo coaccionar a esta sociedad bajo la nómina de demasiados muertos.

Podemos decir, efectivamente, que la sociedad ha empezado a ser justa con las víctimas del terrorismo, porque se ha comprometido con su causa, se ha solidarizado con sus procedimientos judiciales y ha perdido el miedo a defenderlas. Sin duda, éste es un importante paso hacia delante, aunque quedan aún causas pendientes y situaciones individualmente reprobables que tratan de minimizar la acción terrorista bajo el prisma de un movimiento revolucionario. Dudas, podrían quedar, si no fuera porque existen demasiados huérfanos, viudas, viudos y padres que sobreviven a sus hijos, por causa del tiro en la nuca, o el coche bomba. Ser víctima del terrorismo es sufrir la aberración de la violencia más gratuita. La que las gentes decentes consideramos como la mayor de las intolerancias.

A los ciudadanos se nos pide que seamos solidarios con estas gentes que han sufrido de forma tan cruel el objetivo certero de una banda terrorista; a las instituciones se les solicita corresponsabilidad y diligencia frente a quiénes son simplemente unos asesinos.