La victoria del ultraconservador Andrzej Duda con una exigua diferencia de 2,5 puntos de ventaja sobre el liberal Rafal Trzaskowski deja la presidencia de Polonia en manos de la extrema derecha, consagra la división del país en dos mitades casi iguales y prolonga la vigencia de las corrientes eurófobas. La elección del domingo se planteó, entre otros muchos ingredientes, como una decisión entre el nacionalismo exacerbado y el europeísmo, y el hecho de que Trzaskowski se haya quedado a un paso del sillón presidencial no atenúa la sensación de que el triunfo de Duda refuerza el proyecto ultra del partido Ley y Justicia, cuyo Gobierno ha sido expedientado hasta en cuatro ocasiones por la Unión Europea.

Es posible que el resultado de Trzaskowski sea un indicio de cambio de tendencia a medio plazo, pero queda lejos del deseado poder de contagio que un relevo en la presidencia habría podido tener en países como Hungría, donde la extrema derecha dispone de mayoría absoluta en el Parlamento y degrada sin pausa la división de poderes y las libertades distintivas de un Estado democrático. Polonia muestra cada día una mayor incomodidad con las políticas europeas y un mayor alejamiento de las directrices de Bruselas, se inspira en el nacionalismo de la Administración de Donald Trump y no comparte la revisión en curso en Europa de la dependencia económica de China.

Polonia no es un socio menor de la Unión Europea -es la quinta economía- y tiene una considerable influencia al este de Alemania. Por ello, cuanto sucede en Polonia tiene una repercusión cierta en esa región de Europa, con relativa independencia de quien gobierne en Varsovia, de forma que el potencial poder de impregnación del nuevo mandato de Duda no será menor del que habría tenido eventualmente Trzaskowski, salvo que en el futuro se registren cambios significativos no solo en Hungría, sino en otros países del entorno cuyas economías han resultado dañadas por la pandemia. Será esta una variable esencial porque ningún país de la región dispone de los recursos suficientes para encarar la salida de la crisis sin acogerse a las ayudas de Bruselas y olvidar, siquiera sea momentáneamente, los discursos que han movilizado el voto conservador.