Así, Victorias perdidas, se titulaban las memorias de guerra de Erich von Manstein, uno de los mejores estrategas del ejército alemán, que culpaba a Hitler de haber echado a perder, con sus decisiones tomadas en contra de la opinión de sus generales, las victorias iniciales del ejército más competente de la época. No me gusta hablar de política con léxico bélico (aunque la guerra, ya lo dijo Von Clausewitz, es la continuación de la política por otros medios, y la política, en un mundo civilizado, debería de solucionar todos los conflictos sin acudir a la violencia) pero no dejo de pensar en ese brillante título para lo que está sucediendo en España.

Las elecciones generales de abril, y luego las autonómicas de mayo, dejaron un mapa inimaginable apenas un año antes: salvo Cataluña y un par de provincias castellanas, todo en rojo, con el PSOE como fuerza más votada en regiones como Galicia, Castilla y León, Madrid, o Murcia, feudos de la derecha desde hacía décadas. Para poner la guinda, el recuento confirmaba que Pedro Sánchez no necesitaría el apoyo de los independentistas, y que le bastaría con pactar con Podemos, el PNV, y alguno más. En Castilla y León o Murcia, con candidatos de Ciudadanos que habían sido muy críticos hacia el PP, parecía que los socialistas podrían tomar el relevo. Más difícil estaba la cosa en Madrid, pero Ángel Gabilondo había sido el más votado y, por mucho que la derecha se esforzara, era difícil presentar a un hombre tan socrático como un loco populista.

Tres meses después, el PSOE apenas ha rentabilizado ese victorioso avance a lo largo y ancho de España. En Castilla y León, Murcia o Madrid, el general Rivera, cada vez más firme en sus órdenes a pesar de su aspecto poco marcial, ordenó hacer piña con el PP y, si hacía falta, y después de marear la perdiz, con Vox.

Solo en Canarias, La Rioja y Navarra consiguió el PSOE nuevos gobiernos autonómicos, pobre botín tras perder Andalucía a manos de la derecha. Y en Navarra la derecha se le echó encima. Según ellos, hubieran debido dejar gobernar a la lista más votada, como si ellos lo hicieran en otras comunidades. María Chivite se convirtió en chivo expiatorio de sus odios por ser presidenta con la abstención de Bildu, pecado mortal para los que el apoyo de Vox les parece de maravilla. Con su maniqueísmo habitual, silencian que el PSOE es en Navarra, como en Cataluña, el único partido que puede servir de puente en una sociedad dividida. No se olvide que en el norte de Navarra, ETA tenía más apoyo que en casi ninguna parte del País Vasco y que por su parte, la derecha antivasca estaba ligada al Opus Dei y al carlismo, es decir, al franquismo más recalcitrante. Recuerdo, cuando visité Pamplona hace unos años, el enorme monumento a la «Cruzada» que estaba ahí, para insulto de todos los pamplonicas no franquistas. Como recuerdo también las herriko-tabernas. En esa sociedad, como en la catalana, hacía falta un gobierno que no estuviera abonado a uno u otro nacionalismo, al periférico o al centralista.

Estamos en la cuenta atrás para saber si el PSOE rentabiliza esa victoria, como haría cualquiera, o la tira por la borda. El PSOE y, también, Podemos, que debería comparar sus resultados en las generales y municipales y ver que, si en las primeras les fue mucho mejor, fue porque su apoyo a Sánchez fue bien visto por sus votantes, como también las cosas que impulsaron juntos, empezando por la subida del salario mínimo. Decir, como dicen Iglesias y Echenique, que esa colaboración no funcionó, y amenazar con unas elecciones que darían una segunda oportunidad a la derecha, es encerrarse en un maximalismo que prefiere los cien pájaros volando de la utopía al que han tenido en mano y, o cambian las cosas, o dejarán escapar para siempre.

* Escritor