XSxorpresas te da la vida... es un estribillo de una salsa, Pedro Navaja , una de las favoritas de mi amiga Pepi, que usa como quien usa una bufanda, a modo de muletilla de quita y pon. La canturrea sobre todo cuando sucede un imprevisto, por ejemplo que te falla un amigo o que el vecino no es realmente quien parecía ser. Hoy me acordaba porque estos días vienen a invernar las grullas. Dirán ustedes que no tiene nada que ver, pero esperen que les explique: Son aves grandes y comilonas, de plumaje atractivo, que viven una existencia metódica. Año tras año repiten itinerario y conducta cumpliendo un raro ceremonial que dura hasta que sucede en ellas lo irrevocable, o sea, la muerte o el impedimento físico: de Suecia a Extremadura pasando por Gallocanta en diciembre y de Extremadura a Suecia pasando por Gallocanta en marzo. Así siempre, ejecutando lo que se dice una vida plana, sin sorpresas. Alguien --azar, destino, hado, estrella, lo que sea-- dirige sus trayectorias y les dicta marchar un día en ordenado vuelo, colocaditas en uve y volver otro de la misma manera. Ellas no piensan, obedecen. Dicen que estas cosas que hacen las criaturas las llevan escritas en el genoma. Que los animales con genoma --o sea todos-- recogen el mandato genético y tal cual lo efectúan, sin pararse a reflexionar. Nosotros, los humanos, también tenemos genoma, donde reside la parte animal que nos hace tan semejantes al resto de animales. Si nos fijamos en el genoma, resulta que el nuestro coincide no solo con monos y gorilas, sino que hasta con las grullas tenemos semejanza. No obstante --y esto sí que nos diferencia muchísimo a los humanos de las grullas-- a nosotros a veces la vida se nos presenta no tan previsible sino más bien sorprendente y nos obliga a implicarnos, es decir, a elegir y a tomar decisiones personales, que son sólo nuestras y no están marcadas por un designio o capricho de un ajeno.

Lo que quiere Pepi es que hable de las decisiones personales, por eso he hecho este preámbulo grullesco. Bueno, y también por mis amigos ecologistas que celebran estos días la venida de estas aves. Me dice:

--Porque mira, cariño, ahora le llaman, en guasa, entiéndeme, Manolo el irrevocable --les aclaro que habla del consejero de Economía, quien fue también exconsejero durante el rato en que le duró una decisión personal-- y claro, yo pues lo comprendo. Es que, como digo yo, que las decisiones las hay de todas clases: valientes, arriesgadas, imprudentes, irreflexivas, duras, difíciles y otras, pero lo que nos honra es tomarlas y mantenerlas, porque oye, si vamos a eso, yo también dejé la concejalía de Cultura, acuérdate, en el pueblo, cuando me acusaron y era mentira, que menuda sorpresa me llevé con aquél que me la jugó. ¿Y qué?, pues, nada, por más que insistía la alcaldesa, Pepi, hija, sin ti no vendrá nadie a dar recitales, que tú tienes mano con los músicos, y más que me decía, que tú sabes lo bien que se me daba, pues yo nada, firme y digna con mi dimisión. Yo lo que creo es que dimitir es eso: irse; Que una decisión se toma y ahí queda; Que lo irrevocable no se desvanece ni es transitorio; Que a los humanos no nos rigen los hados ni nadie como a las grullas. Cariño, la vida nos da sorpresas, pero para eso estamos en ella: para reaccionar. ¿O no?