Autor teatral

Digo esto desde la tarde fría y la pasión del reencuentro con el edredón, después de un verano mortal en que no noté su ausencia. Con cuarenta y siete grados a la sombra, uno no está para revolcones de plumas y sudadas viciosas. El invierno llega, aunque no quieras , que cantaba la Jurado, no se sabe si por la pérdida del amor, o por el gélido rostro del guardia civil Antonio David. Sea como fuere, la vida es invierno, con calores impuestos que sólo churruscan la piel, para vanidad de cretinos y programas de televisión que te engañan la existencia con una canción del verano. Lo que dura ésta, dura el espejismo de la alegría de los calores. Metafísico que lo llevo, ¡qué le vamos a hacer! A Terenci Moix sólo le asustaba una cosa más, mucho más, que la visión de un Ducados vacío: la supuesta alegría y el temor de una estación --el verano--, que aparentaba una dicha de la que él sólo era testigo. Por eso a su casa se llevó el peor tiempo que pudo encontrar en Cataluña: el viento, la lluvia y el humo lo cobijarían de lo demás. Cuando arrecian tempestades, no necesitas ninguna excusa para justificar que la calle está empapada y la risa de los demás está secuestrada tras la tela de un paraguas. ¡Que la tristeza y desazón me la compartan y que todos se enfanguen en ella! La felicidad, que no es otra cosa que un invento de desgraciados, nos la queremos comer nosotros y los más nuestros; el dolor que me duele, sin embargo, que joda a todos los demás que para eso están de más. Y cae y llega, tan pronto como la noche a este suspiro de tarde. Por eso, se oye tan nítida la lluvia de un saxo que llora; la palabra escrita en un libro para escarcharte de dicha la melancolía. El reuma de una soledad que se troncha. La vida es un invierno porque somos y estamos vivos de niebla. La lengua congelada de Rosa M Mateo, la que nos dio tanta luz en esa pantalla gris. El invierno de brasas de esta Extremadura quemada. La pelona de Pujol, que nunca jamás nos perseguirá. El frío difunto de Arzalluz, tan mudo y muerto como su soberbia jesuítica. El invierno de Alonso Guerrero, petrificada su palabra en los fríos de palacio, sin poder calentar una página, porque sus folios llevarán eternamente una corona prestada. El culo helado de los perdedores, la sangre fría de los sidosos; el amor congelado y sin bendición de aquellos y aquellas que se aman entre iguales. Jamás duró una flor dos primaveras. Y mientras, el sol descojonándose por producirnos tanto perverso calor; tanta claridad sin sentido. Cuando escribo esto, Mérida desaparece por arte de niebla. Y es cuando más es ella, cuando uno sueña un rayo de luz, aunque no veas un burro a dos pasos. Lo de que los fríos traen tristeza son mamarrachadas de los que necesitan un espejo para verse y un día claro para existir. La vida es un invierno, porque nacemos fríos, y ya muertos estaremos más fríos que la muerte. Fíjense si es un espejismo, que hasta en Ibiza nieva, aunque no se vea la nieve. Va por dentro.