Hace justo un par de años publiqué en este diario el artículo “La vida sin Cristiano”. El titular, hiperbólico para quienes no conozcan el mundo del fútbol, deporte que es en sí mismo una hipérbole esférica, aludía a la reestructuración a la que se veía abocado el Real Madrid después de la marcha del mejor jugador de su historia.

Ahora es el turno de Leo Messi, para muchos el mejor futbolista de todos los tiempos. Tras la reciente debacle sufrida ante el Bayern de Múnich (su equipo perdió 8-2), los medios deportivos han comenzado a airear los nombres de la Garde du Corps del jugador argentino (Luis Suárez, entre ellos), futbolistas hasta hace nada intocables por contar con el respaldo de Messi, y que ahora van a dejar de serlo tras un annus horribilis.

En realidad, no solo se está preparando la marcha de algunos jugadores afines a Messi, sino la del propio argentino: con 33 años su hegemonía en la cancha ya no es la que era.

Los triunfos del Liverpool en la Champions el pasado año y el del Bayern de Múnich el domingo demuestran que se ha impuesto un nuevo orden mundial en el fútbol, y que ya no prima tanto tener en el equipo al mejor jugador del mundo (Messi o Cristiano), sino tener al mejor equipo del mundo, sin necesidad de que el argentino o el portugués formen parte de él.

El Barça está obligado a superar la pulsión por contentar a Messi en todo -sus silencios asustan tanto como las rajadas de Cristiano- y centrarse en contentar a la afición, en estado de shock tras la decadencia del club a nivel futbolístico, institucional, político…

Pelé dijo que “es mejor que te vayas cuando todos dicen que te quedes a quedarte cuando todos dicen que te vayas”. Messi no ha llegado aún al final de su carrera. Faltan tres o cuatro años antes de su retiro. Mientras tanto, está por ver si además de ser el mejor jugador es capaz de volver a pilotar al mejor equipo.