Sé que puede resultar doloroso aceptarlo, pero tengo el profundo convencimiento de que el principal problema de la sociedad española no es político, sino ético. La difícil salida de una dictadura hace menos de medio siglo, la devastación de una brutal guerra fratricida, la fragilidad de una democracia republicana que duró apenas un lustro, y la difícil llegada al siglo XX tras la definitiva destrucción del imperio español con la pérdida de las últimas colonias en 1898 nos fueron dejando una sociedad fragmentada, clientelar, acomplejada, reprimida, atrasada, pusilánime, conformista y, en general, medrosa ante la modernidad y necesitada de liderazgos paternalistas y salvadores.

Es importante comprender esto para que el severo juicio político que realizamos contra quienes dirigen los destinos del país vayan precedidos de la justa y suficiente autocrítica. Ni los líderes políticos crecen en los árboles ni todos los males del país proceden de la mala gestión de quienes mandan. Es la pobreza ética de las raíces sociales la que nos conduce por un camino impropio para un país de nuestra grandeza histórica y con nuestras posibilidades geoestratégicas.

En esto difiero notablemente de algunos discursos de izquierdas que loan las virtudes del pueblo frente a las miserias de las élites: más que de izquierdas son populistas. Todo análisis que no parta de la certeza de que la sociedad española necesita una evolución ética que ya ha hecho casi toda Europa, será un análisis político quizá eficaz para ganar elecciones pero del todo inútil para construir futuro.

Se habla mucho de lo difícil que es la vida en España para los parados, para los trabajadores precarios, para los pensionistas, para las mujeres, para los inmigrantes o para las personas con discapacidad. Pero no se habla absolutamente nada de lo verdaderamente complicada que es la vida en España para las personas con ética.

La vida en España es muy difícil para quienes denuncian la corrupción, para los empleados públicos que quieren cumplir su horario, para las mujeres que no aceptan ser objetos sexuales por un trabajo, para los que se niegan a cobrar en sobres, para los militantes políticos y sindicales que no piden ni aceptan cargos a costa de silencio o de complicidad, para los activistas sociales que arriesgan su bienestar y hasta su vida por no plegarse a las imposiciones del sistema, para los periodistas que no aceptan el dictado de los dueños de los medios, para los jueces que no se amedrentan ante los titulares ni ante las llamadas de madrugada, para los ciudadanos que no venden su voto por dinero público, para quienes no quieren cobrar ni pagar sin factura, para los profesores que no regalan los máster y para los alumnos que no compran carreras.

España es complicada para quien decide nadar contracorriente. Contra la corriente de una sociedad ventajista y falsaria, corrupta e individualista, arribista y tribal. Un parado que cobra la ayuda por desempleo al mismo tiempo que recibe dinero negro por un trabajo vive mejor que un funcionario que exige que en su centro se cumplan las normas. El hermano de un político que, sin formación ni profesión, logra un empleo gracias al nepotismo vive mejor que un juez que se niega a aceptar presiones sociales.

En España es difícil tener un buen trabajo y una vivienda digna, pero aún es mucho más difícil tener ética y emociones, y levantarse por las mañanas pensando que no puedes comparar tus miserias con las grandes dificultades de otros, y que aún así tienes todas las razones del mundo para salir a la calle y gritar que vivimos en un país tremendamente injusto con quienes quieren hacer las cosas bien.

El papel del Estado, como reflejó la maravillosa constitución española de 1931, es proveer a los ciudadanos de felicidad. Y eso no solo significa proveerles de dinero, de bienes, de servicios y de Estado de bienestar. Proveer de felicidad a un país significa premiar los comportamientos éticos y perseguir los que no lo son. La revolución habrá tenido éxito en nuestro país cuando los honestos sonrían más que los corruptos. La rebelión de la ética radical es la imprescindible en España. Debe ser por eso que casi nadie habla de ella.

*Licenciado en Ciencias de la Información.