THtacia 1965 Robert Kennedy predijo que pasados 40 podría haber un presidente negro en los EEUU. James Baldwin , uno de los más grandes escritores negros, se burlaba de esa predicción: "Llevamos aquí 400 años, pero si nos portamos bien nos dejarán ser presidentes dentro de otros 40". El senador se equivocó solo por cuatro años. Un formidable artículo de ese formidable novelista que es Colm Tóibín establecía hace unas semanas en el New York Review el paralelismo entre James Baldwin y Barak Obama . Aunque separados por medio siglo, ambos comparten inusitadas coincidencias, la más notable es que perdieron a sus padres muy pronto y esa ausencia ha sido fuente de duelo durante toda su vida. Una viva conciencia de orfandad les hace sentirse doblemente amputados, en la familia y en la patria. En ambos está también presente la rabia (rage), la ira de los afroamericanos que oprime incluso a los más favorecidos. Y esta es la parte inaudita. Que un presidente de los EEUU sea consciente y acepte el sombrío dolor de una parte de la población que hasta hace poco era tratada como un perro, me parece algo enorme. Y más aún que muestre la inteligencia de dar al dolor y la rabia su exacta importancia, porque en ese punto es donde Baldwin y Obama difieren. Para Baldwin el dolor y la rabia eran instrumentos de separación activa, fundamento de identidad y orgullo. Para Obama han de convertirse en instrumentos de convivencia. "La ira no siempre es productiva, muy a menudo distrae nuestra atención de la solución real de los problemas (...) e impide que la comunidad afroamericana forje las alianzas que precisa para conseguir un cambio verdadero" (Dreams from My Father ). Para quienes vivimos en un país que se distingue por el cultivo del odio, que no pierde ocasión para enconar la rabia y el dolor, es en verdad turbador constatar la diferencia entre un político con la perspicacia de Obama y los mercaderes de una guerra fratricida que se excitan, no con el color de la piel, sino con el color de las ideas, esa baratija para histéricos.