Crece la delincuencia, el tirón, la navaja, los palos, que pueden terminar con la bolsa y la vida del ciudadano. Saltan las alarmas por la inseguridad. Al menos 35 jóvenes asesinadas desde los sucesos de Alcáser hasta la muerte de Sonia cuando regresaba a su casa tras asistir a la feria de Coin. Corazones jóvenes que soñaban con la vida como una sonrisa y con el amor como un rayo fecundo, ya no podrán dar la fragancia de su existir, ni como plantas del aire ser alimentadas por la luz. Hoy son botones ensangrentados que no llegaron a florecer por culpa de instintos irracionales. Aumenta el número de delincuentes y se multiplican las víctimas. También suenan cada vez más las voces y la indignación contra este estado de cosas. Aunque no está del todo claro si lo que se pretende es acabar con la delincuencia o con los delincuentes. Lo primero resulta viable, aumentando la vigilancia, las detenciones, y las sanciones; pero lo segundo ya es otra cosa, pues requiere un cambio profundo de la sociedad. Acabar con los delincuentes no es acabar con la delincuencia. El delincuente no nace, se hace. Y... esta es la gran pregunta: ¿Quién hace al delincuente? Resultaría insensato enconar la represión contra los unos y dejar que campen por sus respetos los otros, los fabricantes de delincuentes. Ni el ladrón tiene toda la culpa de sus agresiones contra el derecho a la propiedad, ni la prostituta es culpable del acoso sexual al que se la somete, ni los gamberros callejeros son plenamente responsables de la degradación urbana. Los delincuentes no carecen de responsabilidad y deben cargar con su culpa; pero, ¿dónde están las otras responsabilidades?