Desde hace tiempo observo asombrada cómo muchas personas piden con interés, casi suplicando, que alguien les imponga normas sobre cómo desenvolverse en lo más cotidiano. Quizás aprovechando esta pandemia (ésa en la que España no iba a tener, como mucho, más que algún caso diagnosticado) hay quien ha caído en que es más cómodo y sencillo obedecer que pensar, que trae menos problemas y así no te equivocas.

Si te dicen que a las 10 en casa, te vas y listo. Porque de 10 a 1 hay sobradas pruebas científicas de que el virus se engorila, la lía y no hay manera de contenerlo. Que lo del libre albedrío es un jaleo, no sea que te confundas y elijas lo que no es, y luego a ver a quién le echas las culpas. Desde Adán y Eva elegir es una puñeta, porque dices que sí y ya ves lo que pasa, adiós al Paraíso. Que ahí puede estar la clave: si yo decido, yo soy responsable, y eso sí que no, porque por acción u omisión somos ya una sociedad en la que nadie asume responsabilidades o, como me dice un desengañado amigo: mira, Barona, el “pueblo español” es de natural chivato y poquita cosa, que de nunca nos hemos significado especialmente como defensores de la libertad y la responsabilidad individual.

Camufladas de papá Estado unas cuantas mentes deciden qué, cuándo o cómo, y si no te sales de ahí luego nadie puede exigirte adeudos; y si lo hacen, basta con un ‘a mí es lo que me mandaron’, que la elección va acompañada de razón y reflexión y no todo el mundo está dispuesto a ello, que eso es muy cansao.

Tras la II Guerra Mundial muchos oficiales y soldados alemanes se escudaron en la obediencia debida para justificar sus terribles actos contra judíos, gitanos, rusos, polacos y toda raza “impura” que pasara por allí. Ellos se limitaban a seguir instrucciones, no estaban para pensar. Saber que alguien responderá por ti te libera, te permite no hacer uso de tu conciencia individual ni plantearte si algo está bien o mal. La responsabilidad, si la hubiera, a mi jefe, a mis padres, al director, a quien me aconsejó mal, a quien me dijo que era así. Que yo soy un mandado, a mí qué me cuenta, señora.

¿Pero saben cuál es el problema de no pensar y que otros elijan por ti? Que hay quien sí está interesado, mucho, en que las cosas se hagan de un determinado modo, que es el que más beneficia a sus intereses. Lo de no ir a votar, por ejemplo, es como cerrar los ojos y pretender que si tú no ves al lobo el lobo tampoco te ve a ti. Pero el lobo va a venir igualmente y te va a comer, no lo dudes. No hacer nada también es decidir, por omisión, que es quizás la peor forma de hacerlo, la más cómoda, la más cobarde.

Video meliora proboque, deteriora sequor, decía Medea en “La metamorfosis” de Ovidio: Veo lo mejor, y sin embargo elijo lo peor. Pero elijo, y mañana podré decir que fui responsable, al menos, de no haberme callado, de trabajar por un país mejor, de ponerme de frente contra lo injusto, de reflexionar y hacerles reflexionar.

Que equivocarse haciendo lo que uno cree justo, quizás no sea equivocarse. O sí, pero con ganas. No se callen, no se dejen. Feliz lunes.

* Periodista