Esta semana se conoció la noticia del suicidio de una mujer, a consecuencia de la difusión de un video, de contenido sexual sobre su persona difundido masivamente, hecho, que parece ser provocó su fatal decisión.

Desde los medios se ha difundido el hecho, y la sociedad, en general, se ha escandalizado por ello. Y está bien. La difusión de este tipo de videos está penado en el propio código penal, por reprobables.

La cuestión aquí es el análisis dramático de unos hechos que han provocado que esta mujer tome una decisión, tan dura, como irreversible. Y la pregunta sería, entre otras, si se ha contribuido, de alguna manera, a dicha decisión. Se podría contestar que sí o que no. Depende, lo cierto es que no se ha podido evitar lo evitable. Una situación de acorralamiento de una mujer, vilipendiada por esa situación, que se ha visto en la decisión de tomar una camino de consecuencias terribles.

Lo de las redes sociales, así como los mensajes por nuestros infernales teléfonos móviles, en ocasiones, constituyen terrenos abonados a delinquir con una sensación de impunidad. Que no parece ser aceptable.

Lo que de la historia se desprende que esta sociedad, o parte de la misma, se haya tan desquiciada y tan falta de respeto que es capaz de dañar, frente a la mayor de las impunidades. No se trata ahora de estigmatizar a compañeros o entorno que propició esa situación. Pero si se trata de hacer una reflexión sobre la capacidad de hacer daño tan gratuitamente de una sociedad, que se ceba con aquellas víctimas, en este caso, propiciatoria, sin ningún tipo de consecuencias, y sin ningún tipo de mala conciencia.

Este hecho me recuerda a viejos casos de viejos títulos de películas, caso de Furia, en el que la sociedad señala a la víctima, y se convierten en un tribunal juzgador, tan despiadado como injusto. Quizás lo más correcto hubiera sido denunciar esa difusión del video, vía mensajes, y hacerlo aquellos a los que le llegó porque constituye un delito penal. Pero, parece ser, que podría resultar más fácil el ver el video, ojear a la mujer --víctima de esa difusión-- y mirar para el otro lado, mientras se estaba cometiendo un hecho delictivo, delante de sus narices.

Hay algo que está fallando en esta sociedad, algo que tiene que ver con la nula capacidad de distinguir entre lo que no debe ser y lo que debería ser. Mirar de reojo a hechos que son constitutivos de delitos no nos hace culpables, pero nos debe interpelar acerca de nuestra capacidad de reacción ante la comisión de un hecho delictivo. Es ese concepto de banalidad del mal que hablara Hannh Arendt, como si lo trágico y lo delictivo fuera cosa de una objetividad, a la que como seres humanos no estamos dispuestos a responder o a corresponsabilizarnos.

Está claro que esta sociedad está en el estadio de verlo todo y observarlo todo, mediante la complicidad de las redes sociales, que pueden darle impunidad a muchos hechos constitutivos de delitos. Pero no deberíamos pasar de largo ante hechos como el ocurrido que conforma una tragedia humana, que traslada el ocaso a una sociedad irreverente e hipócrita cuando debiera actuar frente a comportamientos reprobables, y que deben ser repudiados.

Resultará duro explicar a los hijos de esta señora la decisión que tomó, y más duro de comprender resultará el daño tan tremendo causado, frente a una sociedad que no reacciona ante lo que no está bien.