Cuánto te he echado de menos. Tantas tardes sentada mirando a un jardín vacío, esperando tus pasos menudos y rápidos por el corredor. El sol entraba perezoso por los ventanales, pasaban las horas y no llegabas. Mi cabeza volvía a aquellas tardes en las que te esperaba, impaciente también, con tu bocadillo preparado y las ganas de saber todo sobre tu día de colegio.

Que Ana se ha cortado el pelo, que la señorita no nos deja correr en el patio, que hemos aprendido a sumar con llevadas. Los deberes sobre la mesa de la cocina, los calcetines a media pierna y tu voz preguntona y alegre hacían que los días tuvieran un sentido y un orden, la felicidad hecha tortilla para cenar y besos de buenas noches.

Te esperaba y no venías, y los días se han hecho eternos, uno tras otro, formando semanas que hacían meses vacíos de ti. Ya no están Teresa, ni Julia, ni aquel señor tan simpático de Trujillo que tenía dos nietas rubitas tan guapas. Hay más silencio, algo de miedo y mucho cansancio. El mundo que conocíamos se ha vuelto fuera irrespirable y estamos aquí, en esta burbuja de silencio, seguros, protegidos pero solos, después de toda una vida recogiendo sentimientos y recuerdos.

No venías, pero yo sabía que tu ausencia era por amor, que nada más fuerte que eso podía separarte de mí. Que cuando amas de verdad todo lo demás deja de importar y haces lo que sea por cuidar al ser amado; hasta dejar de verle, abrazarle, mirarle a los ojos y decirle que le quieres, porque tus acciones ya dicen lo que no puedes decirle con palabras. Y en estos días grises he sentido que una hora hablando contigo por teléfono no puede sustituir a un solo minuto agarrada a tu mano.

Han florecido las hortensias en el jardín, el aire trae el olor de las higueras y hoy por fin voy a verte. A que me cuentes qué has leído, si aprendiste a cocinar por fin la musaka, si ya hay nísperos en el patio.

Tres meses a mi edad son una eternidad, pero aquí te espero, con todas las ganas de que me abraces y me digas: Mamá, ya estoy aquí.

*Periodista.