Siempre había pensado que el lenguaje era no sólo el vestido del pensamiento, sino un templo en el que se encierra un relicario, el alma del que habla. Hoy me pregunto: ¿Tan desorientado estoy en materia de lexicografía que me haya olvidado de que las palabras son hijas de esta tierra y han perdido su papel de ser embajadoras del interior del hombre?

Si entras en política te encuentras con vientos en todas las direcciones, hasta tal punto que ya no sabe uno donde está la verdad. Ahí están las elecciones autonómicas de Madrid salpicando aguas sucias de sospechas, con palabras al derecho y al revés, cual torre de Babel. Investidura no, investidura sí. Si se trata del fútbol, la gran distracción de millones de niños y mayores, nos encontramos que cuando se había llegado a la cumbre de la montaña para celebrar la gloria de un campeonato, aparece la tempestad con nidos de relámpagos y truenos y, en lugar de abrazos, felicitaciones y brindis, se oyeron dos patadas una a Hierro y otra a Del Bosque y... a la calle. Después, a escuchar a los responsables máximo del Real Madrid con ruedas de prensas y entrevistas, ocultando la verdad de los hechos y blanqueando los acontecimientos. De estos dos comentarios he aprendido que la sospecha solo entra en aquellos sitios de donde no pueda salir y así destruye; que el viento sólo penetra donde hay salida y que la lealtad cuando sale ya no vuelve al mismo lugar.