Mis alumnos suelen sorprenderse cuando explico en clase algunos ejemplos de censura en la historia de la literatura. Ellos solos llegan a la conclusión de que cada tirano, del signo que sea, acaba cayendo en la tentación de la quema de libros, cada vez más metafórica, pero igual de efectiva. Otros también suelen caer en la idea de quemar a los autores y a los lectores, o de confeccionar listas de libros prohibidos que a veces consiguen todo lo contrario. Les hablo también a mis alumnos del efecto Streisand, al que da nombre la cantante y actriz, que al poner una demanda contra un fotógrafo que había violado su intimidad, logró que las fotos que pretendía sacar de la circulación se hicieran virales. Esto mismo acaba de pasar con la película Lo que el viento se llevó. Sus ventas y descargas han convertido su retirada del catálogo de la HBO en una de las mejores campañas de promoción, además involuntaria. Ahora que la apartan de la circulación, la gente pelea por ver lo que tenía antes delante de los ojos. Y es que los censores no acaban de enterarse de que somos una sociedad cada vez más pueril. Basta que nos digan que no para que hagamos lo contrario, como niños enrabietados. De hecho, siempre he pensado que una de las mejores campañas de publicidad para la lectura sería prohibirla, y no agobiar a los jóvenes con sus alabanzas, sospechosas porque parten de profesores, padres y políticos.

Bromas aparte, ni el racismo ni la burricie de quienes no leen se cura a base de prohibiciones. Puestos a podar, no quedaría árbol vivo en el terreno de las artes. Y puestos a mirar todo con los ojos de ahora, no hay obra que se resista: unas, por racistas, otras, por mostrar demasiado, y la gran mayoría porque representan una forma de entender y explicar el mundo que ya no es la nuestra.

Toda esta memez se evitaría tratando de explicar al público el contexto en el que se rodó la película o se escribió el libro, con lo que de paso, aprenderíamos todos un poco de historia. Lo que el viento se llevó responde a una concepción de la sociedad que afortunadamente está cada vez más lejos. Verla de vez en cuando (como sucede con otras tantas películas) nos sirve para saber de dónde venimos y adónde no queremos volver. Lo otro es quemar por quemar, prohibir por prohibir, ponerse a la altura intelectual de quienes carecen de ella por completo.

* Profesora