El viento de la renovación se ha instalado, parece que firmemente, en Italia. La victoria de la izquierda en Milán y Nápoles, las dos grandes ciudades después de Roma, marca un cambio corroborado también por el triunfo de la oposición en otras capitales de provincia como son Trieste, Cagliari, Novara o Grosseto, que se suman a la victoria progresista conseguida hace dos semanas en la primera vuelta de estos comicios en Turín y Bolonia. Estas elecciones eran administrativas, pero Silvio Berlusconi quiso convertirlas en unas elecciones políticas, en un plebiscito sobre su persona y su Gobierno, y las ha perdido de forma estrepitosa. Parece que los italianos han empezado a darse cuenta de lo vacías que son sus promesas, siempre incumplidas. El bunga bunga ya no hace tanta gracia. Y menos todavía cuando la pasada semana Italia perdió puntos en la valoración de la vulnerabilidad tanto de su deuda pública como de la solvencia bancaria ingresando así en el club de los países de fiabilidad limitada. Estas elecciones no apartarán inmediatamente a Berlusconi del poder. Il Cavaliere puede sobrevivir hasta el final de la legislatura, en el 2013, pero se ha demostrado que ya no es invencible, lo que no significa todavía que la oposición esté preparada para alcanzar el poder. Lo que sí han conseguido el Partido Democrático y las demás fuerzas de centroizquierda es superar la fase del derrotismo al que les había sometido la apabullante maquinaria del berlusconismo. Ahora es el momento de que la izquierda cierre filas.