No cabe duda de que cuando el secretario de Estado, Colin Powell, la última paloma del equipo de Bush, pronuncia las fatídicas palabras de "material breach" (violación patente) al acusar a Irak, es que arrecian los vientos de guerra. Porque en la jerga diplomática esa expresión significa que existen las premisas que justifican un uso de la fuerza. Bush presumiblemente no dirá su última palabra hasta el próximo 27 de enero, cuando los inspectores entreguen su informe al Consejo de Seguridad de la ONU. Por lo tanto, no hemos llegado todavía a un punto en el que la guerra sea inevitable. Pero el margen de maniobra de Sadam es más pequeño que nunca.

Con todo, esas pruebas evidentes constituyen aún un sobreentendido. Nadie las enseña a la opinión pública mundial. Se le pide a Sadam que demuestre su inocencia, pero EEUU y Gran Bretaña ayudan a hacer más probable la guerra al ocultar al jefe de los inspectores de la ONU, Hans Blix, los datos que dicen tener sobre dónde están escondidas las armas iraquís. Con ello, Sadam no puede demostrar que no las tiene. A partir de ahí, sólo un gesto espectacular de sumisión por parte de Irak o una oposición muy frontal de Europa en la ONU podrán frenar el conflicto bélico.