El deporte es sinónimo de valores. Aunque, a veces, esa realidad se torna y podemos ser testigos de hechos y manifestaciones de violencia y agresividad. Nuestro marco normativo contempla una legislación que trata de hacer frente a ese tipo de acciones. Pero lo que siempre cuesta entender es el hecho de que se produzca la violencia, frente a esa posible impunidad cuando la misma proviene de comportamientos de intolerancia hacia los que en el campo resultan ser no tanto los contrincantes, sino sus enemigos.

Lo que conviene recordar es que el deporte y los que lo practican debieran conformar un entorno saludable y de franca armonía. El ejercicio como proyección de salud reconoce en esa actividad un juego limpio y un devenir fuera de violencia. Por eso resulta duro e intolerable que fines de semana, por el hecho de la concentración de partidos, se vean reflejados en los medios y en las actas arbitrales conductas de violencia, agresividad y conductas de intolerancia, curtidas, muchas de ellas en el machismo puro y duro.

La pregunta que deberíamos hacernos sería algo así como si estar en una cancha da derecho a la violencia y al insulto, y todo ello se puede circunscribir a comportamientos, fanatizados, pero sin ningún tipo de trascendencia disciplinaria o de reproche social. Y digo esto porque, a veces, hemos sido testigos en terrenos de juego practicando deportes chicas y chicos de edad escolar, y algunos progenitores se han convertidos en verdaderos espoleadores de estos comportamientos. Y esto sí que es un mal ejemplo, y que merece el mayor de los rechazos. Cuando uno o una compite lo hace bajo el principio del respeto al competidor de enfrente, y el de fair play en el amplio sentido del término, porque si no ese juego deja de serlo, y queda parapetado en un deporte de alto riesgo. Y esto no es de recibo.

Está en demasía, reiterado, las noticias diarias de insultos machistas a jugadoras, árbitras y entrenadoras como si la presencia de estas deportistas supusiera una subestimación de sus capacidades y sus cualidades como atletas. No está bien que el deporte se identifique como terreno de intolerancia, cuando debiera ser el escenario de todo tipo de conciliaciones. Hay que rechazar la violencia en el deporte, de tal manera que su persistencia tendría que suponer medidas coercitivas y ejemplarizantes, por lo que insisten de conductas contrarias al hecho deportivo.

A veces una tiene la sensación de que este tema pudiera pasar algún tamiz de tolerancia, bajo ciertos instintos, siempre fanatizados, que conforman la idiosincrasia de algún juego. Y desde luego por ahí poco o ningún favor se hace a los valores que el deporte representa. Quizá tiene que ver con el hecho competitivo, pero no se debe confundir tener un espíritu competitivo, con intensificar de fanatismo una actividad que rezuma valores, y que a lo largo de la historia ha servido para pacificar escenarios de enfrentamientos, y algunos ejemplos hay, llevados incluso al cine. Por ello, y como bien dice la Carta Olímpica, el juego limpio es un valor universal del deporte, denigrarlo con violencia o actitudes de intolerancia no hace que se derrumbe, pero contribuye a socavar los valores que en él confluyen, y que son tan universales como la capacidad del hombre de competir en buena lid.

*Abogada.