Periodista

Cristo no entendía de localismos y el cardenal Cañizares no entiende de corazones. Cuando ya estaba pactada con el anterior arzobispo una transición lenta, pero inexorable, de Guadalupe a una diócesis extremeña, nombran a Antonio Cañizares nuevo arzobispo de Toledo y la situación ha vuelto al principio de los siglos.

El nuevo arzobispo parece estar haciendo méritos para engrosar la lista cuyo nombre produce extraños efectos de sublevación contenida en Extremadura. El primero fue el arzobispo Gelmírez, que maniobró desde la sede compostelana de Santiago para que el rey Alfonso IX, el mismo que reconquistó definitivamente Cáceres, entregara Mérida a la orden de Santiago, con lo que se evitaba la reinstauración de la antigua sede metropolitana de la iglesia española en Mérida. Ahora aparece el arzobispo Cañizares con un discurso descorazonador en Guadalupe que ha arrojado un jarro de agua fría sobre obispos, clero, políticos, intelectuales y, sobre todo, un pueblo llano que, independientemente de su ideología política, se emociona con su virgen y no entiende que si Covadonga no es de Santander ni Monserrat es de Zaragoza, su virgen de Guadalupe sea de Toledo. Ya se ha demostrado en estas páginas que Guadalupe es extremeña, pero lo que cuenta no es la razón, sino el poder.

Cañizares arguye que Cristo no se enclaustra en localismos. Pero ese argumento sirve también para defender la pertenencia extremeña: si el localismo no importa, qué más da que sea de Toledo o de Cáceres si además los extremeños sienten Guadalupe como propia, mientras que para Toledo no tiene un significado sentimental específico.

No quiero aprovechar este dislate arzobispal para meterme con la Iglesia, máxime cuando la nuestra, la más cercana, ha sabido interpretar el anhelo de sus feligreses con valentía. También reconozco que racionalmente me puede dar lo mismo a qué diócesis pertenece Guadalupe, pero fui uno de esos niños extremeños que cada vez que viajaba con sus padres o estaba contento por algo, cantaba a coro aquello de Virgen de Guadalupe dame la mano para subir la cuesta de Puertollano . Aún me pone los pelos de punta esa canción y lo mismo le sucede a miles de extremeños, independientemente de sus creencias. Reconozco que se trata de una cuestión emocional que debo racionalizar, pero precisamente por eso, por lo emocional, es por lo que el arzobispo Cañizares debería reflexionar, dejar a un lado los envaramientos de la púrpura y hacerse iglesia, pueblo y vida para interpretar el alma de una Extremadura que calla, como a buen seguro hicieron Ibarra y sus consejeros en la comida tensa y de malas caras que se celebró en Guadalupe tras el discurso del arzobispo. Pero esa Extremadura de silencio respetuoso ni cede, ni otorga, ni olvida.

Monseñor Cañizares, para ofendernos, mejor se queda usted en su Toledo, al igual que Gelmírez se quedó en su Santiago de Compostela. Tenemos en Extremadura obispos capaces que consuelan más que hieren. Son pastores, no señores.