El pasado 29 de febrero Corinna Larsen declaró en ‘The Daily Mail’ que denunciará a Juan Carlos de Borbón, rey emérito de España, por amenazas para que no revele «secretos de Estado». Tres días después se supo que la Fiscalía Anticorrupción había remitido una comisión rogatoria a Suiza para conocer los detalles de la investigación que se lleva a cabo sobre la donación de 65 millones de euros de Juan Carlos a Corinna mediante una fundación panameña. El dinero provendría de una comisión de 100 millones de dólares que Arabia Saudí habría ingresado en esa fundación, como resultado de la adjudicación de la obra del AVE a La Meca.

Una de las grandes hazañas de la Transición fue convertir a Juan Carlos I en intocable. Concretamente, según el artículo 56.3: «La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad». Eso quiere decir, en la práctica, que nunca será juzgado en territorio español —y dudosamente fuera— por absolutamente nada de lo que haya hecho, sea esto lo que fuere.

Las cosas, sin embargo, se están complicando. Primero, porque la cadena de hechos investigados ya no es solo cosa de España. Afectan, de momento, a cuatro Estados más: Arabia Saudí, Panamá, Reino Unido y Suiza. Tampoco le afectan ya solo a él, puesto que, además de Corinna, está implicado, ya de hecho, el inefable excomisario José Manuel Villarejo, cuyos asuntos están judicializados en la Operación Tándem. Además, Corinna Larsen, en esas recientes declaraciones, ha implicado al exdirector del CNI, Félix Sanz Roldán, que lo fue con José Luis Rodríguez Zapatero (2009-2011), Mariano Rajoy (2011-2018) y Pedro Sánchez (2018-2019).

Además de por todo esto, las cosas se están complicando porque todo lo que ocurre con Juan Carlos acaba manchando, de una forma o de otra, a Felipe VI. Y no solo por omisión —el silencio cómplice y absolutorio— sino, sobre todo, porque todo lo que tenga que ver con dinero más o menos sucio, más pronto que tarde se convertirá en herencia. Teniendo en cuenta que ya no vivimos en los «felices ochenta», en que hablar de la corona estaba poco menos que prohibido, y que ya ha salido a la luz suficiente información para que la sospecha sobre al patrimonio de los Borbón sea más que fundada, se le va a hacer muy difícil a Felipe VI sostener su credibilidad.

Tampoco hay que olvidar que el régimen fundado por su padre se resquebraja inevitablemente desde 2011. Del mismo modo que el propio Juan Carlos fue símbolo de la Transición, la evidente decadencia del modelo político surgido de aquel pacto se ha convertido en símbolo de la decadencia de la Corona.

Durante muchos años se miró para otro lado y se activó un olvido que seguramente formaba parte del estrés postraumático de una sociedad herida, psicológicamente condicionada por una terrible guerra y por una cruel dictadura de casi medio siglo. Se miró para otro lado con un golpe de Estado que sospechosamente sirvió para consolidar la figura de Juan Carlos como un héroe —consúltese la amplia historiografía al respecto— y se olvidó que la Monarquía fue una decisión de Francisco Franco.

Pero a las generaciones que ya no estábamos condicionadas por el miedo nos ha dado por pensar. Y está ya meridianamente claro que la Transición española —seguramente lo menos malo que le pudo pasar a España en aquel momento— fue, a grandes rasgos, un enorme engaño. Un engaño desde el mismo papel de la Corona (que se hizo una Constitución a su medida) hasta el inmenso poder otorgado a los partidos políticos, pasando por el exhausto modelo de la España autonómica. Todo naufraga a la misma velocidad que la sociedad española es capaz de reflexionar críticamente sobre su pasado.

En estos momentos de paranoia por el coronavirus, España debería estar seriamente preocupada por el virus de la Corona. Un virus que se inoculó a la sociedad española en 1975 y que, con un largo periodo de incubación, está mostrando ahora los daños irreversibles en el organismo del Estado. Un virus cuyos síntomas son la corrupción, la desmemoria, la desigualdad, el desprecio a la ciudadanía, el abuso de poder, el deshonor, la mentira y la resignación. Un virus ampliamente extendido por todos los tejidos de la sociedad y que compromete seriamente su supervivencia.

*Licenciado en Ciencias de la Información.