Llegan muy malas noticias sobre el sida. El Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), que lo desencadena, se está haciendo cada vez más fuerte en determinadas áreas del planeta y amenaza con un virulento repunte de la enfermedad. El mal está volviendo a avanzar entre la población de los países más empobrecidos, especialmente en el área subsahariana de África. Los beneficiosos resultados que en los últimos 15 años se habían conseguido a través de terapias masivas que alcanzaron hasta más de 18 millones de personas, y que se extendieron por áreas con menos recursos sanitarios, se están ahora quebrando de forma preocupante. La cara más injusta de la globalización también se ha dejado aquí notar. Los procesos de tratamiento contra el VIH en Occidente cuentan con un seguimiento riguroso y eficaz ante posibles variaciones del mismo. Ocurre todo lo contrario en el mundo pobre, donde los infectados reciben fármacos sin control de calidad ni revisiones eficaces para observar su evolución. Ello ha dado como resultado que los virus aprendan a resistir a las sustancias médicas ante las que tradicionalmente sucumbían. La amenaza vuelve a ser real y exige una respuesta rápida y colectiva que pase por inversiones tecnológicas en los hospitales de los países afectados, abaratamiento del coste de los análisis y formación a sanitarios para que puedan combatir la nueva naturaleza de un virus que amenaza con volver a ser indestructible y para el que, no lo olvidemos, no existen fronteras.