El presidente Bush se ha impuesto una ambiciosa tarea, la democratización de Oriente Próximo. Es una labor que, objetivamente, merece el aplauso pero al tiempo suscita más de un interrogante. ¿Cambiará EEUU su política árabe? Desde el final de la segunda guerra mundial, la política de EEUU en la región se ha movido alrededor de dos polos. La estrecha alianza con Arabia Saudí --el régimen más retrógrado y antidemocrático de la zona, acuciado por el sangriento terrorismo islámico-- y el total apoyo a Israel contra los derechos del pueblo palestino. Y, complementando estos dos puntales, EEUU ha apoyado al resto de regímenes autoritarios de la región: desde las otras petromonarquías represivas del Golfo y el régimen de Mubarak en Egipto hoy y, hace años, al sha de Persia e, incluso, al ahora perseguido Sadam.

Es de agradecer que un presidente de Estados Unidos admita que en Oriente Próximo no hay democracia pero, por lo visto con la invasión de Irak, no parece que el primer ejercicio para imponerla, por la vía de las armas, sea el más indicado. Es legítima la sospecha de que la visión anunciada por George Bush responda a la necesidad de remontar la popularidad de una operación que está perdiendo apoyos de forma acelerada.