TAtznar , imbuido de su gran importancia, consciente de que su sola presencia galvaniza los ánimos patrios por muy decaídos que se encuentren, sumiso, al fin, a su destino, que no es otro que el de inscribir su nombre en la Historia, ha ido a enredar a Melilla, donde nunca estuvo cuando fue presidente del Gobierno y donde no hace ninguna falta.

Aznar, que es un ácrata, bien que de derechas como la mayoría de los ácratas de hoy en día, gusta de esos alardes de insurgencia que le han llevado a protagonizar epopeyas y cruzadas del calibre de la habida contra la DGT cuando se empeñó, la muy totalitaria y marxista, en que corriéramos menos y no empináramos el codo antes de coger el volante. Ese hombre, qué digo, ese gran hombre, se ha dado un voltio por Melilla, y los españoles respiramos aliviados al comprobar que gracias a él la morisma, que tanta fila nos tiene, no se ha salido con la suya, romper España, como Zapatero y los catalanes pero con turbante y babuchas.

Fuera de esa visita tan pintoresca como irrelevante, pues gracias a las urnas el gran hombre no dispone en la actualidad de un Trillo ("¡Viva Honduras!") ni de mando para invadir con gran aparato militar un islote de cabras, cabe preguntarse por la aparente inanidad del Gobierno ante un conflicto fronterizo que no por endémico y recurrente deja de tener, sino antes al contrario, su importancia. La excusa que en esta ocasión utiliza el régimen marroquí para distraer al pueblo de los graves problemas internos con la eterna marcha verde sobre Ceuta y Melilla, la supuesta brutalidad de la policía española contra sus nacionales en la frontera, no debería, empero, despacharse como un ardid más de ese enojoso forcejeo.

Cualquiera que conozca la realidad de esa frontera, tan artificial y contraria a las personas como casi todas las fronteras, sabe que a la gente que la cruza no se le guarda la consideración que la dignidad humana merece, bien que mucha menos desde el lado marroquí precisamente. Conformémonos de momento con que la visita del gran hombre no ha agravado irreversiblemente las cosas.