Una cierta calma chicha, actual, precede a lo que será la batalla final, la carrera de los partidos políticos hacia los resultados electorales del 26 de mayo, en una España muy pendiente de las mismas porque parecemos estar ante una segunda Transición, ante el derribo o menoscabo de los hasta ahora pilares resistentes en el juego democrático y la distribución de escaños en los plenos locales, y parlamentos nacionales y autonómicos.

Ya todo se hace, y se incrementará, con un cierto encaje de bolillos en la toma de decisiones y en los pasos que se den, bajo la máxima más que de buscar aciertos, que tras casi cuatro años de legislatura cada cual ha dejado ver lo que es capaz de hacer, de evitar errores en el campo minado de la opinión pública que hay que atravesar hasta que ésta, siempre de forma magistral aunque a veces inexplicable, dicte papeleta y deje las cosas resueltas, o complicadas para que los partidos resuelvan el rompecabezas de la gobernabilidad.

La marea va y viene, sube y baja, y lo mismo que parece que unos toman el control reuniendo centenares de personas en Navalmoral por sus puestos de trabajo, a los dos días ministra y eléctricas desinflan el salvavidas pactando una calma sensata, inevitable, y que ya predecíamos: cerrar el parque nuclear son palabras mayores, y en absoluto se dan las condiciones políticas, de estabilidad y claridad a cierto plazo, para que nadie tome grandes decisiones en ese sentido.

Lo que sí va ocurriendo, de forma sutil pero apreciable al análisis, es la diferenciación de mensajes, de terrenos ideológicos y electorales, de parcelas con marca propia aunque sean similares a las de otros. Podemos ha acelerado, se ha dado cuenta de la pendiente en que resbalaban, quieren llevar la iniciativa en cierto campo de la izquierda y salir en unos medios de comunicación antes tan denostados; propuestas, ruedas de prensa una tras otra, entrevistas… Los canales propios, las redes sociales, están bien, pero no se puede vivir a espaldas, o contra a veces, de los medios, y por tanto procede recoger velas y dar otra cara.

Ciudadanos Extremadura, débil en la Comunidad y muy fuerte en el contexto nacional, también marca territorio respecto a un PSOE con el que ha habido un cierto intercambio de electorado; son dos partidos vecinos en el tablero político, en el espectro ganador que va del centroizquierda al centroderecha, a los que parecía unir, y posiblemente aún lo sea o llegue a ello en el futuro, ese intento renovador que en la primavera de 2016 promovieron Pedro Sánchez y Albert Rivera aunque con unos votos que entonces eran pocos pero que de aquí en adelante quizá sean suficientes.

La ventaja de los socialistas es que pueden acordar, sin desdibujarse en exceso, a la izquierda con Podemos y a la derecha con Ciudadanos, recordamos que esa era la propuesta entonces de Sánchez. Los naranjas así lo harán, a ambos lados, según el territorio, y si bien en Andalucía era la hora del cambio -aquí ya lo vivimos--, Extremadura es un sitio natural para acordar por el otro lado, con la izquierda, y dar esa imagen centrada y abierta a todos los vientos favorables que los de Rivera han ocupado sin esfuerzo por deserción del rival, PP, empeñado extrañamente en copiar el original de extrema derecha cultivado con éxito por el Vox de Abascal.

Las encuestas del CIS y otras, aun poniéndolas en la solfa que queramos, indican que la maniobra del ‘joven legionario’ Casado puede ser perfectamente fallida, un espejismo visto por ellos en los arenales andaluces y que ha sobrecalentado en exceso la maquinaria de Génova aún no recuperada, y en estado de ansiedad permanente, por la moción de censura contra Rajoy.

Y es que fruto de esa carrera alocada, escuchamos al joven presidente aznarista defender a la vez la bajada de impuestos, y pagar con el dinero de todos la pérdida de valor en las licencia de los taxistas. Oiga, ¿con qué dinero? ¿Menos ingresos pero más gastos? ¿Un rescate a la banca bis, con tal de quedar bien con todo el mundo? ¿Esto no es una economía de mercado donde cada palo aguanta su vela?