Ya sea por fortuna o por desgracia, el mundo es redondo. Y esa esfera planetaria nos ofrece a cada momento una muestra de la desgracia humana. Gracias a los medios de comunicación, conocemos los grandes desastres de guerras lejanas y los centenares de muertos y de vejaciones que los vencedores infligen a los vencidos. Mientras tanto, nosotros a lo nuestro. Tomamos por asalto las rebajas y nos lamentamos de esas pequeñas cosas que nos van a hacer la vida más difícil.

La dificultad de nuestra vida no es nada comparada con la mera supervivencia. Cuando veo la imagen de la señora que a las diez en punto de la mañana entra en El Corte Inglés a por el botín que han dejado las hordas navideñas, no puedo por menos que compararla con esa gente que se lanza sobre los camiones de la ayuda humanitaria en pos de un saco de arroz. El umbral que separa la vida de la muerte es muy laxo. En Europa nos basta con un amable guardia de seguridad. En Africa se trata del arroz armado. Pero la escasez va por barrios y por continentes. Y no hay manera de que nos pongamos de acuerdo para que el sistema busque una válvula de escape que no pase por el mero trámite de la matanza ni de la corrupción. Si lanzáramos sobre la multitud hambrienta unos cuantos fajos de billetes, ¿quiénes creen que se harían ricos? Por supuesto, no serían los cojos, ni los ciegos ni los débiles. El capitalismo se fundamenta en el codazo y la prepotencia organizada.

El domingo hubo referendo en el sur de Sudán. Anteayer, un terremoto devastó Haití y tras la devastación tectónica ha llegado la devastación moral. Y aquí, en algún lugar recóndito y supuestamente secreto, se intenta evitar la convocatoria de una huelga general. Es un buen objetivo, naturalmente. Pero esas aristas del primer mundo no implican el paso de la lima sobre los lacerantes filos del tercer mundo. Será una quimera, tal vez. Y, sin embargo, son las quimeras las que hacen que el planeta avance por el impulso de los pasos de los caminantes. Este año que ahora comienza no será mejor que el anterior. Por lo visto, nuestro bienestar se nutre del malestar de demasiada gente.