Septiembre es un mes de melaza y pegajosas nostalgias. Es un mes de buenos propósitos que nacen ya agostados, con ganas de lluvia, amarillentos, como los folletos del curso de italiano que andan enmoheciéndose en algún estante de la casa que una vez fue mía. Encima este año se nos muere Camilo Sesto, y su cara en las portadas nos recuerda un tiempo de melinas y melancolías.

Septiembre es un mes no mes en que conviven bañadores y sudaderas, chanclas y zapatillas de estar por casa, edredones a punto de desbordar los altillos y sábanas que conservan el frescor de las tormentas de agosto. Es época de pereza de armario, desbordado por la ropa de un entretiempo que aquí en Extremadura apenas existe, de tratamientos corporales, revisiones médicas y divorcios. Parece mentira que después de las vacaciones aumenten las separaciones, pero así es. Convivir mata la convivencia, valga la paradoja. Y la obligación de ser feliz a todas horas, de ocupar los segundos y de divertirse, como si la paz no estuviera en el silencio.

Es también un mes de protestas educativas, de carencias, de gritos que claman al cielo por el precio de los libros, de la búsqueda del tesoro del material escolar. Se desbordan los ríos, los armarios, las cuentas corrientes, las listas de actividades extraescolares que añadirán más horas al estrés de nuestros hijos. Un niño puede salir de primaria con un máster en idiomas, deportes, y música y no haber jugado en la calle ni un segundo. Parece una exageración, pero la calle y su invención, los juegos en grupo y los piratas, el rescate, los partidos y el balón prisionero han quedado para el recuerdo y si acaso, para la clase de educación física.

No es buen mes septiembre, no, pero luego, llega un olor a otoño y la luz de la tarde se convierte en un tapiz de flecos anaranjados. Es hermosa también esta quietud de la tierra, y late una promesa no sé si feliz en este rumor de folios y libros de texto, y aunque Camilo Sesto insiste en que ya no puede más, y grita que está harto de repetir la misma historia, nosotros respiramos hondo, cogemos fuerzas y dejamos la melancolía para los poetas modernistas, los tuiteros sin imaginación, y los karaokes.

* Profesora