Cantautor

Cuando éramos chicos, después de una disputa, decíamos siempre : tú y yo estamos en paz . Nos producían alegría esas palabras. Nos echábamos las manos por el hombro, volvíamos a ser amigos.

Estar en paz debe de ser vivir fuera del tiempo, en una vastedad sin límites, en una realidad donde la armonía se percibe en cada respiración, en cada latido. Vivir en paz debe de ser aceptarse a uno mismo, saber y poder elegir. Vivir en paz debe de ser conocerse, libre ya de envidias, de traumas, de deseos. Vivir en paz debe de ser no importar la propia muerte, pero sí importarle la muerte de los demás, la de los seres queridos, la de la humanidad. Vivir, en fin, en un estado de oración. Esto es al menos lo que nos dicen los pocos sabios que en el mundo han sido.

Pero la sociedad actual está a años luz de este tipo de aspiración, de este tipo de anhelos. Lo que predomina es la energúmena máxima romana de que si quieres la paz, prepara la guerra. Y ahí andamos, a la caza y captura del control, el poder y la riqueza que puede reportar la posesión de las reservas del poco petróleo que va quedando en el mundo. Países armados hasta los dientes declaran la guerra a otros con el argumento de que quieren armarse hasta los dientes. Ah, pero es que nosotros somos del eje del bien , decimos y nos quedamos tan tranquilos.

Pero nadie puede considerarse de ese dichoso eje si provoca muerte, hambre, dolor, destrucción, miseria a la población de otros países. Más bien parece que hay un fascismo blando que ya no apela a la raza. El de ahora apela a la diferencia. De creencias, de concepción del mundo y de la vida, de culturas. En fin, Dios nos coja confesados.