Filólogo

Descanse en paz este finiquitado año, todavía con el rigor mortis en el semblante, que ha dejado a Galicia arrasada. Año negro que a golpe de guadaña acabó con la cernida luz de las cuevas submarinas donde germina la vida. Se enfureció Neptuno y convocó a todas las parcas de Fisterra, a los barcos hundidos y a los marineros muertos y sepultados en el seno de la Costa da Morte como si la Santa Compaña procesionara breando de norte a sur, de este a oeste al país de las rederas y los marineros.

Pero esta vez la galerna no vino del mar: partió del fax y del móvil, de los mercaderes, de los prácticos, del remolcador, del puente de mando, de la oxidada escala de mando, de los desalmados armadores, del monocasco. Esta vez el arcano de la astrología fue inocente, inocente fue la brújula y la estrella polar, las mareas, el cantil, el róbalo, la robaliza, el congrio, la merluza, el abadejo y el besugo, la langosta y la raya, las redes fijas o en volantas, los percebes, el pulpo, la almeja, el jurel, el cangrejo y la ballena, la souba y el mejillón y la nécora, inocentes todos, pero a pesar de ello, todos condenados, como los besugueiros de Corcubión y los sardiñeiros de Muxía, sumariamente, a muerte.

Es sabido que el ruido del mar llega a los gallegos por el hueco de las venas, aunque otros dicen que entra únicamente por las del corazón. Y dicen más: que el temporal, la galerna y la vida pasan; pero la mar, la tierra y la mentira permanecen. Luego, el mar acaba en la voz y en la palabra y dicen también que aprovisiona la morriña, la nostalgia y la lejanía.

Todos conocemos esas connivencias y esos paisajes sentimentales que también nos llegan por venas subterráneas, y por eso estamos hoy, con la palabra, en fila de voluntario, empujando a ese mascarón de proa fondeado en el cabo de Fisterra, para que avance a barlovento camino de la gaita, el alvariño y la muñeira.