TLta política corrompe las palabras. Con lágrimas en los ojos se han visto salir estos días de los asentamientos judíos de la franja de Gaza a familias obligadas a buscar otro horizonte para su vida. Lloran por la tierra que han cultivado durante décadas y que ahora han tenido que dejar. Dicen que se van voluntariamente.

Son 8.000 colonos los que se han de ir. No hay otra opción. Les marcaron un plazo para que se fueran, que ya ha expirado. Si no, que se atengan a las consecuencias. Estas se concretan en una palabra: expulsión. Siete mil policías y 25.000 soldados, con tanques y carros de combate, echarán de sus casas a los que traten de resistirse al desalojo. Los que se van parecen tan voluntarios como se parecen un huevo y una castaña. No se cumplen ninguno de los dos requisitos necesarios para que un acto sea voluntario: que el sí sea igual que no y que la decisión sea libre.

En este caso no hay otra opción. Han sucumbido a las amenazas de Ariel Sharon y a la tentación de percibir unas ventajas que no cobrarán los que se vayan fuera del plazo. Son voluntarios por la fuerza, que se van con las manos arriba. Voluntarios sin otra salida. Les dieron la respuesta correcta, igual que en ciertos referendos.

Conviene que dejen libre el territorio. Son un estorbo para una posibilidad de paz con la Autoridad Nacional Palestina. El intento de que las comunidades judía y árabe puedan convivir merece el apoyo internacional. Pero se ha de comprender a esa gente. En su día fueron animados para que se instalaran allí por el mismo Sharon que ahora les expulsa. Cada familia de colonos era un metro de superficie ganado a los palestinos para Israel. Entonces eran héroes pioneros. Ahora molestan. La política no sólo corrompe el lenguaje, sino que a veces es demencial.

*Periodista