Un viaje me ha liberado, por una semana, de noticias de España. Durante el regreso, compré un periódico español atrasado. Me sorprendió el revuelo por el nombramiento de Carlos Dívar como presidente del Consejo General del Poder Judicial y, por ende, del Tribunal Supremo. No sé nada de él, más allá de su condición de presidente, durante años y al parecer con buen pulso, de la Audiencia Nacional. Pero me llama la atención la contradicción entre el perfil que se traza de Dívar y la crítica que se le hace. En primer lugar, se dicen de él dos cosas notables: que es "prudente" y que es "independiente", al tiempo que se reconoce su habilidad para no generar conflictos y resolver con discreción los que ha afrontado. Pero, por otra parte, se cargan las tintas en que es muy "religioso", abundando en aspectos anecdóticos de su vida, tales como viajes a Tierra Santa, amistad con cierto obispo, reparto de rosarios y atribución a la Virgen de su indemnidad tras un atentado. No lo entiendo. Decir de un juez que es prudente e independiente es el máximo elogio que puede hacérsele. La prudencia --que no la justicia-- es, desde Roma, la virtud jurídica por excelencia, hasta el punto de que los expertos en Derecho eran iuris prudentes , y su actividad, la iuris prudentia . Y, en cuanto a la independencia, baste decir que su contraria es la prostitución. Son virtudes mayores. ¿Se imaginan en que mundo viviríamos si pudiésemos decir que son prudentes e independientes todos nuestros políticos, líderes empresariales y sindicales, directivos y, sin ir más lejos, directores de periódico? Sin embargo --insisto--, se cuestiona la idoneidad de Dívar por su religiosidad. Aburre, a estas alturas, alegar que en un Estado de derecho habitado por ciudadanos responsables, estos son muy libres de profesar las creencias que tengan a bien, siempre que cumplan escrupulosamente las leyes. Pero no perdamos el tiempo, porque, debajo de esta crítica --que no es más que un golpe bajo de mal estilo--, subyace la queja interesada, por parte de un grupo ideológico bien definido, de que ha sido nombrado alguien que no es de los suyos.