Escritor

Si es cierto todo lo que cuentan quienes pretendidamente han regresado de la muerte, lo que más me desagrada de saber que voy a morir es tener que pasar por el trance de que desfile por delante de mis ojos la película entera de mi vida, algunos sucesos hay en ella que me daría un pudor infinito volver a revivirlos. Y no porque los considere especialmente obscenos o terribles, que eso serían muchas ínfulas para un tipo de un barrio periférico de Almendralejo como yo, sino precisamente por lo contrario, por la burda inocencia con la que recibía cada acontecimiento, por la fanfarronería con la que sacaba cada tarde a pasear a mi alma para que orinase a los pies de las instituciones. Y todo para luego quedarse en nada, en un quiero y no puedo que llena mis insomnios de chirridos como de uñas que descienden sobre cristales.

Pero también hay sucedidos por los que me gustaría volver a pasar de nuevo, vivirlos otra vez, pero de manera bien distinta. Comprendo que esto pueda resultar de una obviedad sin límites, pero de eso es precisamente de lo que se trata, de diseccionar lo minúsculo para comprender lo grande, de contar lo particular para captar lo general. De todos modos, reconozco que a mí las obviedades me asaltan a traición y en los momentos más inesperados.

La última vez fue a las dos de la madrugada del pasado viernes. Estábamos mi mujer y yo con unos amigos en un bar de copas cuando Sonsoles, admirada por la pericia de unos jóvenes bailarines, expertos en ritmos caribeños, confesó su envidia por aquellos ágiles pasos de baile. Y mi amigo Juan Manuel, que es un sabio que lee aforismos en las entrañas de los botellines de cerveza, dejó caer:

--Yo no envidio su arte, sino su edad.

Es una frase ingeniosa, muy digna de un hombre inteligente como él y que en otro momento me habría hecho sonreír de corazón, como sonreí ayer cuando leí que los dos escritores extremeños más leídos son Javier Cercas y Dulce Chacón y me vino a la mente eso que cuenta tantas veces Manuel Alcántara de que los dos hombres más grandes de Francia son Napoleón y Juana de Arco, aunque el primero no era francés y el segundo no era un hombre. Sin embargo, ni sonrío ni consigo olvidarme de la frase de mi amigo. Anda desde aquella noche dándome vueltas por la cabeza como si buscara con desesperación la puerta de salida, en la sospecha de que mi cerebro debe parecerle estrecho y poco sustancioso para un pensamiento de tan alta prosapia.

Evidentemente, también yo pienso como mi amigo Juan Manuel, y si algo encuentro meritorio de serle arrebatado a esos muchachos es sin duda su juventud; pero yo no deseo para nada vivir la juventud de esos niños danzarines, sino que querría recuperar la mía, poder darle de algún modo la vuelta al tiempo como a un calcetín y volver sobre mis propios pasos y recomponer el estropicio de tantos días echados a perder.

Si la vida fuese perfecta ocurrirían cosas como las que suceden en aquel cuento de Borges en el que el propio Borges, ya anciano, tiene un encuentro con el Borges adolescente y durante una hora irrepetible mantienen una conversación deliciosa sobre las esperanzas y los sueños que nunca se cumplirán, aunque el joven Borges no lo sepa aún.

La vida es lineal y aborrece las florituras. Pero por mi parte, si pudiera volver atrás y encontrarme con aquel muchacho que fui una vez, acaso no le proporcionaría la receta para escamotear los errores, y con toda probabilidad no perdería ni un segundo en convencerle para que se esforzara en llegar a ser presidente de la Junta o director de una agencia inmobiliaria, pero seguro que le invitaría a olvidarse de su ensimismamiento, a que saboreara hasta el límite los pequeños detalles de su vida pueblerina y de familia humilde, porque al cabo de algunos años, lo único que conseguirá arrancarle unas lágrimas de sincera emoción será recordar a su madre cantando canciones de Jorge Sepúlveda.

La vida es lineal y veleidosa y en ocasiones se pone del lado de los que rezan a la estampida del santo de oficio. Pero yo soy un escéptico impenitente al que nunca se le aparecerá la Virgen, ni verá un ovni ni le tocará el cupón. Y para más inri el tiempo ha pasado y ni tan siquiera he aprendido a bailar ritmos caribeños con los que consolar el aburrimiento de mi amiga Sonsoles.