Una vaca ha sido sacrificada en Kenia, tal como anunció Sara, la abuela paterna de Barack Obama , y su carne asada ha sido servida como alimento excepcional en la mesa de los Obamas kenianos para celebrar el triunfo de su nieto norteamericano. Y supongo que al igual que esta familia del oeste de Kenia, millones de personas de todo el mundo celebrarán, aún mostrando sólo una pequeña mueca de satisfacción, la llegada de una persona de raza negra a la Presidencia de los Estados Unidos de América.

Yo, aunque no soy norteamericano, voté imaginariamente con el deseo desde la distancia por Obama, y ya no pensando en que con él de presidente España será tratada por Washington como país hermano en vez de como pariente lejano, la historia nos demuestra que EEUU siempre baila al son que le interesa, que es el de la gaita que recibe más monedas; y además, hay que saber reírle las gracias a carcajadas, aunque estas sean enlatadas. Tampoco creo que Obama, aunque quiera, pueda cambiar de un soplo, cual hado en cuento de hadas, las directrices de este mundo maltrecho. Un presidente de EEUU está destinado, en cierto modo, a consentir que le dirijan, y por eso dudo que con Obama EEUU deje de mirar al resto del mundo con esos ojos mayestáticos de gran hermano que todo lo ve, lo controla y lo maneja a su antojo.

Voté imaginariamente por Obama con la esperanza de que la historia empiece desde cero, pero sobre todo por el significado simbólico que conlleva su elección. Porque es un hombre negro, y hasta 1965 las personas de raza negra ni siquiera podían votar en EEUU. Su elección significa que el prejuicio racial no ha imperado en muchos estadounidenses blancos a la hora de votarle. Y sin el voto blanco Obama no sería presidente. Seguro que a partir de ahora los negros nos verán a los blancos menos blancos, y los blancos veremos a los negros menos negros. Y eso ya es mucho.