Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Casi está pasando inadvertida nuestra reciente incorporación al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; ciertamente no somos miembros permanentes del mismo, y por lo tanto no tenemos derecho a veto, reservado éste tan sólo a Francia, Reino Unido, Rusia, China y por supuesto los Estados Unidos de América, pero votamos y vamos a tener que pronunciarnos sobre cuestiones altamente conflictivas.

En el Consejo de Seguridad se sientan estados, aunque los representan embajadores nombrados por gobiernos, y los asuntos que trata y decide afectan a los elementos más sensibles de la política internacional. En particular, es probable que el consejo se tenga que pronunciar sobre la invasión de Irak por tropas americanas, y está por ver si vamos a ser capaces de defender principios éticos por encima de pragmatismos políticos.

Yo le pediría al Gobierno de Aznar que diese la clara instrucción a nuestro representante en el Consejo de Seguridad de oponerse a la invasión norteamericana de Irak, aunque quedemos en franca minoría y algunos de nuestros aliados puedan sentirse molestos. Sin duda que ganaremos respeto dentro y fuera. Esta es, por cierto, una cuestión que identifica valores y que la izquierda de este país no puede y no debe dejar pasar de soslayo. Hay que pronunciarse, aunque el pronunciamiento comprometa, que compromete, pero peor lectura tendría un silencio vacilante, que pondría en entredicho la credibilidad de la defensa de los valores que la sociedad asigna todavía a la izquierda: paz mundial, libertad, erradicación del hambre y la enfermedad, educación, etcétera.

Y no es que crea que el dictador de Irak y su gobierno merezcan consideración alguna, pero el pueblo iraquí, como cualquier pueblo de la Tierra, tiene el sagrado derecho de resolver por ellos mismos sus problemas. Como tampoco creo que la ONU no tenga derecho a intervenir cuando la situación se hace tan dramática que asoma el genocidio. Más debía de intervenir; ¡ojalá¡ dispusiéramos de un ejército eficaz de cascos azules que terminasen con los conflictos del mundo. Por ejemplo ahí está el conflicto palestino con un país, Israel, que al parecer sí dispone de armas de destrucción masiva. Esta broma macabra de la doctrina Bush, clasificando los países en los que sí se pueden tener armas de destrucción masiva y los que no pueden, produce un brusco retroceso en los tímidos pasos dados en el concierto internacional sobre política de desarme. Seguro que con la décima parte del gasto que representa el conflicto de Irak resolveríamos la hambruna de Etiopía.

Que España vote no en el Consejo de Naciones Unidas es lo que pide nuestra sociedad. Haría bien el Gobierno de Aznar en escucharles. Pero tal vez lo peor de esta cuestión es la falta de madurez de la UE como supranacionalidad. Ya se ha acabado la redacción de una posible Constitución Europea, importantísimo paso que muchos esperábamos con anhelo y por otro lado comprobamos el deprimente espectáculo de ni siquiera intentar consensuar la posición de sus embajadores en Naciones Unidas. El Reino Unido y Tony Blair, representante de un socialismo nominalista, comienza a ser un obstáculo en la deseada unificación europea. Lo ideal sería que la Unión Europea se incorporase como tal a las Naciones Unidas, un solo embajador, un solo voto, miembro permanente del Consejo de Seguridad, con derecho a veto. Entonces seríamos una cosa seria.