Hoy es la sexta vez que España y Extremadura votan en las elecciones europeas. Y mientras las encuestas confirman que somos uno de los estados más europeístas y los dos grandes partidos españoles levantan siempre la bandera europea, la participación ha ido descendiendo desde el 68,5% de 1987 al 45,1% del 2004, una votación solo uno o dos puntos superior a la de Francia y Alemania. Esta apatía electoral es algo que los políticos y los creadores de opinión deberían haber combatido más. Por dos razones. Primera, porque el proceso europeo ha sido muy beneficioso para España y para la comunidad extremeña. Segunda, porque los países europeos no lograrán salir de la crisis, ni tener voz en el mundo, si siguen operando en el marco de los viejos estados nacionales. Es algo que la ciudadanía española intuye bien pero de lo que no es suficientemente consciente.

Empecemos por España. La transición a la democracia de los 70, en la que pasamos de las leyes y principios inamovibles del franquismo y el Movimiento Nacional a la Constitución democrática de 1978, hubiera sido mucho más penosa sin Europa. La derecha española comprendió, ya antes de la muerte del dictador, que no había futuro para España al margen de Europa y que la entrada en el Mercado Común era imposible sin un régimen democrático, homologable con el de los otros países europeos. Y la izquierda admitió que no se estabilizaría la democracia si se rompía el motor de crecimiento económico puesto en marcha por los tecnócratas con el Plan de Estabilización de 1959. Luego, la entrada en la UE en 1986, lograda tras una larga negociación y después del referendo que consagró nuestra permanencia en la OTAN, fue la garantía definitiva del régimen democrático. Y el progreso económico y social que la caída de barreras arancelarias y el mercado único representaron para las empresas y trabajadores ha sido extraordinario. Sin exageración. Y España no sería lo que es sin los fondos de cohesión logrados por Felipe González y sin la disciplina económica que impuso la entrada en la moneda única que caracterizó la política económica de Solchaga, el primer Solbes y Rodrigo Rato. Y la muerte de la peseta y la entrada en el euro, una de las grandes aportaciones del discutido Aznar, permitió que nuestra economía iniciara una larga etapa de expansión sin que nuestra mayor inflación obligara a una política monetaria restrictiva que yugulara nuestro crecimiento.

Cierto que hoy la economía (como la de toda Europa) tiene problemas serios y que no podemos recurrir a la devaluación. Por todo esto los españoles no solo deben estar reconocidos a la UE sino que deben comprender que su parálisis o retroceso sería grave para toda Europa y seguramente más para España.

Pero no debemos votar solo por ser españoles sino también por ser europeos. La elección de los 736 eurodiputados es decisiva. Deben ser la voz de los europeos frente a los lamentables retrasos institucionales, la visión corta de los Gobiernos nacionales y la demagogia populista que puede engordar gracias a la crisis. Los partidos --no solo en España-- no han estado a la altura en la campaña. Han fallado. Los ciudadanos no nos lo podemos permitir. Nos jugamos nuestro bienestar y nuestra voz en el mundo.