El rostro serio, los párpados abiertos, un gesto de contrariedad y un gran interrogante bailando en el cerebro: ¿de veras son estos los resultados de las elecciones? La pregunta ha asaeteado a millones de españoles sorprendidos por el escrutinio de los votos. Del mismo modo que unos días antes hundió en el desconcierto a una gran parte de los británicos. ¿Dónde están los votantes del PP? se preguntan algunos. ¿Cómo no adiviné la voluntad de los que me rodean? ¿Dónde habitan los que son tan distintos de mí?

Vivimos conectados. Podemos asomarnos al pensamiento de miles de personas. Las redes muestran todo tipo de ideologías y exhiben las más dispares opiniones. Sin embargo, las membranas que recubren nuestras burbujas particulares siguen recias. Quizá aún más impermeables y espesas que cuando no vivíamos en el gran aparador tecnológico. Tal vez es una reacción, una defensa, un amparo ante la vulnerabilidad, pero lo cierto es que nos rodeamos de afines. Reafirmamos nuestra identidad a través de otros que piensan del mismo modo que nosotros. Y retroalimentamos nuestra visión hasta el punto de convertir en verdad lo que solo es la ficción de nuestros deseos.

Habitantes de una misma esfera de opinión, acabamos negando lo que desconocemos o lo que despreciamos o lo que castigamos con la indiferencia. Nos saturamos de información, pero sufrimos de inanición en la compresión. Hasta que dejamos de saber leer el mundo que nos rodea. Nos perdemos su complejidad, sus matices, las razones de los otros y nos refugiamos en nuestra burbuja de intereses, anhelos y convicciones. Pero más pronto o más tarde, la arista de las evidencias roza nuestra membrana protectora. Entonces, la esfera se desgarra. Estalla. Como una pompa de jabón. No es la intemperie. Es, simplemente, la realidad... Y sí, ha ganado el PP.