Profesor

Ay votos! ¿Qué tienes que en elecciones te conviertes, por arte de la democracia, en ese "claro objeto del deseo" que todo el mundo ansía?

Durante décadas, en el siglo XIX fuiste sólo privilegio de unos pocos pudientes. Eran pocos los votos y los votantes y pocas las oportunidades que cualquier aspirante al Congreso que estuviera fuera del sistema tenía para llegar a Madrid.

El siglo XX traería tu aumento en número y problemas para los caciques, que veían cómo los ciudadanos votantes (las mujeres no lo lograrían hasta la II República, en 1931) al ser tantos, eran difícil de manejar y manipular a pesar de los pucherazos rurales tan en boga por estas lides.

Hasta hace un siglo votaban los difuntos y algunos encargados incluso votaban en 10 pueblos a la vez con nombres distintos, que aparecían en un censo provincial elaborado por el gobernador civil, a las órdenes del ministro de la Gobernación.

Muerto Franco y a pesar de inmovilistas y nostálgicos del régimen, la democracia dio alas para que el voto de un currante parado, o la señora que vende el pan, tenga el mismo valor que el de un potentado, un ministro o el rey.

Junto al voto va el votante. Los fijos, que no cambian nunca de partido fieles a principios, ideales o amistades. Los idealistas, que votan en función de programas y personas. Los chaqueteros, que cambian cual veleta en función del viento que les convenga. Los mediopensionistas, que les da igual todo, incluido los resultados finales. Los radicales, que algunas veces lo son tanto que ni siquiera votan porque no les gusta ninguna lista.

¡País de votos libres, amarraos, pobres o ricos, pero todos con el mismo valor!